El rebaño inmune Sertorio
Los poderes sanitarios están enojados al ver la cantidad de gente que no quiere vacunarse; miles de personas se niegan a ser inoculadas con sus inyectables, con los productos de unos colosos farmacéuticos que no van a responder de los daños que puedan ocasionar sus medicamentos, todos ellos en fase experimental, no lo olvidemos. Lo que sorprende al profano en estas materias, como es mi caso, no es que algunos miles prefieran esperar o no pincharse esos fármacos, sino que millones vayan alegremente a los espacios habilitados y se dejen inocular algo cuyos efectos a medio y largo plazo son desconocidos. Más aún cuando la vacuna de AstraZeneca ha sido suspendida en países tan poco sospechosos para el buen demócrata como Dinamarca y Noruega. Sin embargo, la mayor parte de nuestros conciudadanos sigue acudiendo en masa a los vacunaderos. Desde luego, en eso de la inmunidad de rebaño, hemos cumplido con creces la segunda parte de la expresión, ya se verá qué pasa con la primera.
Vacunarse con un producto experimental tiene algo de salto en el vacío. No sabemos si al final de la caída nos espera un colchón o nos descalabraremos contra una capa de cemento. Es para pensárselo, sobre todo cuando se nos advierte que la vacuna tampoco es seguro que inmunice ni que nos impida contagiar a los demás. De hecho, el virus ataca a poblaciones vacunadas, como pasa en Hungría, donde se había contenido la epidemia antes de las vacunas y donde ésta se ha disparado justo después de un eficaz, masivo y ejemplar proceso de inoculación.