«Cambiar todo para que nada cambie»
El fin del sistema de partidos por Jean-Claude Paye
La candidatura de Emmanuel Macron a la presidencia de Francia no busca crear un nuevo partido, algo como los demócratas ante los republicanos, como en Estados Unidos. Lo que se busca es más bien crear lo que pudiéramos llamar un “movimientismo” sin objetivos definidos pero que permita preservar los intereses de la clase dirigente. El partido francés de nueva creación, En marche!, trata de que los electores “marchen” hacia la disolución de la República Francesa en la globalización consumista.
La declaración de Emmanuel Macron presentándose como el candidato «antisistema» sorprendió a los franceses dado que Macron fue secretario general adjunto de la presidencia de la República, en 2012, y posteriormente ministro de Economía, Industria y Sector Numérico en el gobierno de Manuel Valls, en 2014. Y si dimitió de ese cargo de ministro fue sólo para poder actuar libremente y presentarse como candidato en la elección presidencial.
Esta autodesignación de Macron nos dice algo muy importante sobre la evolución de la estructura política. Es evidente que Macron se separa del régimen de los partidos políticos como modo de gobierno del país. Pero la adopción de esa posición hacia los partidos ya constituidos no lo convierte en candidato antisistema porque el «sistema» que se instala no es ya un sistema de partidos sino una forma de gobierno político directo ejercida sobre los Estados nacionales por los actores políticos dominantes y las estructuras políticas internacionales.
Lo cierto es que la intervención de lo que ha dado en llamarse «antisistema» se impone cada vez más en el desarrollo de las elecciones francesas. Se repite el escenario que inició Francois Hollande: una candidatura que al principio parece prematura y la posterior eliminación de su competidor, Dominique Strauss-Kahn, frente al cual [Hollande] no habría tenido ninguna posibilidad de ganar.
En el caso actual es el candidato de la derecha, Francois Fillon –inicialmente gran favorito a la elección presidencial– quien ve su enorme éxito súbitamente afectado por un escándalo desatado a partir de un caso de empleo presuntamente ficticio que duró décadas y que al parecer acaba de descubrirse ahora.
Tanto en este último caso como en el de Strauss-Kahn, las intervenciones de último minuto destinadas a defender la moral y las buenas costumbres –liquidando de paso al político– vuelven a poner en posición ventajosa a candidatos que no tienen ninguna intención de separarse ni un pelo de la política imperial. Los que se benefician con esos hechos aparentemente fortuitos son precisamente los candidatos más maleables. En el caso de Macron se trata incluso de un candidato perfectamente “líquido”, enteramente fabricado por los medios. El «antisistema» se ve así, ante todo, como una restructuración, realizada desde arriba, de la representación política.
Versión francesa:
La déclaration d’Emmanuel Macron, se présentant comme le candidat « anti-système », a surpris les Français, car il avait été nommé secrétaire général adjoint de l’Élysée en 2012, puis ministre de l’Économie, de l’Industrie et du Numérique dans le gouvernement Manuel Valls II, en 2014. Il n’a d’ailleurs démissionné de cette dernière fonction que pour avoir les mains libres, afin de se présenter à l’élection présidentielle. Cette auto-désignation nous dit cependant quelque chose d’important sur l’évolution de la structure politique. Qu’Emmanuel Macron se sépare du régime des partis politiques comme mode de gouvernance du pays est une évidence. Pourtant, cette prise de distance, vis-à-vis des partis constitués, ne fait pas de lui un candidat anti-système, car le « système » qui se met en place n’est plus celui des partis, mais bien celui d’une gouvernance politique directe des États nationaux par les acteurs économiques dominants et les structures politiques internationales.
D’ailleurs l’intervention de l’« anti-système » apparaît de plus en plus prégnante dans le déroulement des élections françaises. Le scénario initié par François Hollande se répète, une candidature qui apparaît d’abord comme prématurée, puis la liquidation inespérée de son concurrent, Dominique Strauss Khan, contre lequel il n’avait aucune chance. Cette fois, c’est le candidat de la droite François Fillon, grandissime favori de l’élection présidentielle, qui voit sa réussite subitement impactée par une affaire d’emploi prétendument fictif, existant depuis des dizaines d’années, mais que l’on vient inopinément de découvrir. Dans les deux cas, ces interventions providentielles, destinées à rétablir la morale ou les bonnes mœurs et incidemment à liquider le politique, remettent en selle des candidats qui n’ont aucune velléité de se démarquer, même d’un cheveu, de la politique impériale. Ce sont les candidats les plus malléables qui bénéficient de ces actions du destin. Dans le cas de Macron, on a même un candidat parfaitement « liquide », entièrement construit par l’anti-système et ses médias. Ainsi, « l’anti-système » se montre avant tout comme une restructuration, par le haut, de la représentation politique.
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