Pintura

JULIO ROMERO DE TORRES Mucho más que un pintor folclórico

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Se le conoce como el pintor que retrató a la mujer morena española, pero Julio Romero de Torres no fue un simple artista folclórico. Vivió entre Córdoba y Madrid, y en ambas ciudades se convirtió en una figura imprescindible de la vida intelectual y artística. Influenciado por las corrientes más vanguardistas de su época, logró la fama en vida y expuso en ciudades como Londres, París, Buenos Aires o Santiago de Chile. Sin embargo, más de una vez se enfrentó a la censura y al escándalo

PALOMA CORREDOR

Casualidad o jugada del destino? A saber. El caso es que el primer dato que llama la atención en la biografía de Julio Romero de Torres es que nació, en 1874, en el edificio del Museo Provincial de Bellas Artes de Córdoba. Y es que su padre era promotor y conservador de ese museo. De hecho, él mismo fue un pintor conocido, aunque después cayó en el olvido.

Afortunadamente, sus siete hijos heredaron su talento. Todos demostraron aptitudes para la pintura o la poesía, aunque fue Julio el que alcanzó la fama.

Desde pequeño sintió pasión por el arte y por las estructuras del cuerpo humano. Fueron muchas las corrientes artísticas que le influyeron: el Romanticismo, el Naturalismo, el Modernismo simbolista, el Realismo fotográfico... Estaba al día de todos estos movimientos, aunque haya quedado una imagen de él bastante folclórica: la del pintor que retrató la belleza morena española.

Pero fue mucho más que eso. De joven se convirtió en un imprescindible de la vida cultural cordobesa, e incluso fue profesor de la Escuela de Artes y Oficios y participó en la restauración de la mezquita. Mantuvo la misma curiosidad por todo lo nuevo durante sus años en Madrid.
Sus retratos de mujeres morenas, serenas y armoniosas, como La consagración de la copla, La musa gitana, Carmen o su última obra, La chiquita piconera, le valieron la admiración popular y algo no muy frecuente entre los pintores de su época, el reconocimiento en vida. Julio expuso en París, Londres, Buenos Aires, Santiago de Chile... Murió en Córdoba en 1930, y ese día cerraron los comercios, los casinos, los teatros y las tabernas. Un museo dedicado a su figura conserva allí sus mejores pinturas.

Bohemia

Su estudio madrileño fue centro de reunión de artistas e intelectuales

Cuentan que, con su capa negra, su sombrero cordobés, su mirada profunda, su pelo repeinado y su bigotillo negro, Julio Romero de Torres las volvía locas. En los años 50 comenzó a circular un billete de 100 pesetas con su rostro, una mezcla de Clark Gable y Rodolfo Valentino. Su atractivo, unido a su afán por relacionarse, convirtió su estudio de la madrileña calle Pelayo en un continuo desfilar de intelectuales y artistas. Un día recibió la visita de la reina María Cristina, y sirvió incluso como decorado para una escena de la película La malcasada, con figurantes de lujo: Valle Inclán, Azorín, Ignacio Sánchez Mejías o el propio Julio.
También frecuentaba el Círculo de Bellas Artes, el Ateneo, la casa de los hermanos Machado (donde montaron una especie de academia de poesía) en la calle Fuencarral, la Taberna del Barbas (en la misma calle), donde se reunían los bohemios, o las tertulias de su íntimo Valle Inclán. Juntos, les encantaba organizar lo que llamaban “actos en pro de lo nuevo”. Así lanzaron a un novillero entonces desconocido, Juan Belmonte.

Escandalos y censura

Ahora sus cuadros nos resultan inocentes y costumbristas pero, en su día, levantaron mucha polvareda. En 1906 presentó una serie titulada “Vividoras del amor” en la Exposición Nacional de Bellas Artes, causando un gran escándalo al ser rechazado por su tema. Así que decidió montar una exposición paralela en un pequeño local junto con otros artistas de quienes también habían censurado sus cuadros. Se tituló “Rechazados por inmorales en la Exposición Nacional de Bellas Artes” y fue todo un éxito popular.

También sus modelos padecieron el escarnio público. Como María Teresa López, la jovencita que salía en la otra cara de los billetes de 100 pesetas y que fue acusada de ser amante del pintor (al que, en realidad, nunca se le conocieron grandes pasiones). María Teresa confesó que nunca pudo casarse por culpa de las malas lenguas y que su mala fama la acompañó hasta la vejez.

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