Educación

Los tramposos toman las aulas

Las universidades francesas se blindan con sistemas informáticos que rastrean por la red los numerosos plagios de trabajos  En España, los profesores optan por pedirlos escritos a mano

Ernesto Villar MADRID-

Mar Dolz tomó conciencia de que el problema se le había ido de las manos cuando encargó a sus 25 alumnos del Instituto Miguel Catalán, en la localidad madrileña de Coslada, un trabajo sobre «El Lazarillo de Tormes» y se encontró con que 10 de ellos, ni más ni menos, eran idénticos. Resignada, entró en ese famoso portal de internet para «vagos» del que le habían hablado sus colegas y ahí encontró el resumen del libro, tal cual, con sus puntos y sus comas, con todas sus palabras, una a una, y a buen seguro que con sus acentos mal puestos, con sus erratas y con sus incorrecciones. Desde entonces, cada vez que se topa con un texto sospechoso sigue el mismo ritual, el que ha tenido que adoptar también Javier Melero, profesor de Nuevas Tecnologías del Colegio San Patricio, que empieza por seleccionar al azar una frase del trabajo y que termina, casi siempre, encontrando el texto, tal cual, en internet. Eso, por supuesto, siempre que al alumno en cuestión no se le haya olvidado borrar la firma del autor original, que se ha dado el caso. Por semejante vía crucis ha pasado Almudena Matesanz, profesora del IES Barrio Bilbao, que cada año aumenta su colección de resúmenes de «Lolita», «Las cenizas de Ángela» o «Ensayo sobre la ceguera» pirateados de internet con las aportaciones desinteresadas que le hacen sus alumnos de 20 años.

Peor aún le ha ido a Tíscar Lara, profesora de Periodismo de la Universidad Carlos III, que descubrió cómo un colega de otra universidad le había plagiado párrafos enteros de un artículo suyo, que después había vendido a una revista especializada. «Para mí fue una decepción enorme, porque se trata de una persona muy asentada en el mundo académico», explica. Pero la guinda se la lleva, sin duda, Octavio Rojas, profesor de Relaciones Públicas de una universidad española. Él también desenmascaró a un alumno que había «fusilado» parte de un trabajo colgado en internet. Su sorpresa fue indescriptible cuando descubrió que la víctima, esta vez, había sido él mismo, pues aquel texto con el que el ambicioso estudiante aspiraba al sobresaliente no era más que un «corta y pega» de un artículo que había incluido en su blog en internet. Lo nunca visto.

Rastrear toda la red

Ante esta situación, los profesores se defienden como pueden. La medida más drástica la han tomado en Francia, donde 40 universidades y escuelas de ingenierías y comercio han comprado, siguiendo el ejemplo de los países anglosajones, sistemas informáticos que detectan los trabajos plagiados, según publicó «Le Figaro». El sistema, que puede no resultar demasiado barato (revisar cada texto cuesta entre uno y dos euros), rastrea toda la red en busca de coincidencias y marca en rojo, naranja o verde, en función del grado de plagio, el texto «fusilado», además de facilitar la dirección original. Según los cálculos de los fabricantes de este sistema, siete de cada diez trabajos presentados son originales, mientras que en el 29 por ciento hay un «plagio significativo» y en el 1 por ciento la copia es literal. Muchos profesores temen que estas cifras sean demasiado timoratas.

En España, por el momento, la mayoría de los maestros ha optado por soluciones más artesanales, como consultar internet antes o después de encargar el trabajo, según se quieran poner antes o después la venda, o, directamente, tirar por la calle de en medio y pedir los trabajos manuscritos, como han hecho ya muchos de ellos. Vamos, como hace 30 años. ¿Para eso ha servido la revolución tecnológica?

Eso es lo que acabó haciendo Palmira Cámara, que ha impartido durante 26 años clases de Historia a los alumnos de un colegio concertado. «Les pedía que me pasaran a mano el texto, como se hacía antes con una enciclopedia o con un libro. Les dejaba que usaran internet como fuente de información, pero los conocimientos no se adquieren con el cortar y pegar».

Desde los doce años, masivo

Su radiografía es desalentadora: «A los 12 años estos sitios de internet los conocen absolutamente todos los alumnos, y los usan a edades cada vez más tempranas. Otra cosa es que tengan acceso a la red en sus casas». De hecho, si el plagio masivo no está más generalizado es porque no todos tienen internet. Triste -y efímero- consuelo.

El portal más consolidado en esto de «poner un piso» a los que no quieren trabajar es «El rincón del vago», aunque no es el único. Lo más triste para algunos profesores es que no hay por dónde meter mano a estas páginas. «Son legales. Lo que puede no serlo es colgar en ellas un documento o un vídeo que tengan propiedad intelectual -explica Miguel Pérez Subías, presidente de la Asociación de Usuarios de Internet-. Pero estos portales se cubren las espaldas asegurando que no se responsabilizan de su contenido». Esta asociación ha recibido en alguna ocasión quejas de autores que se habían encontrado sus textos, sin su permiso, en estas direcciones. Fueron retirados inmediatamente.

Pérez Subías admite que el problema es que los alumnos «no están utilizando estos portales para aprender, sino para ahorrar tiempo». «El sistema educativo tiene que saber que se puede acceder a los contenidos que enseña desde muchos sitios, y sacarle el máximo provecho. Pero estas páginas no son malas en sí mismas», concluye. En conclusión. Si no puedes vencer a tu enemigo, utiliza sus propias armas. Es lo que ha hecho la mayoría del profesorado, que admite que la sombra del plagio masivo les condiciona a la hora de elaborar su menú de deberes. «Unas veces elijo el tema tras comprobar que no está en internet, pero otras escojo el más obvio, el que está más destacado. Y no falla: siempre hay alguien que lo fusila tal cual», explica el profesor Javier Melero. Otra cosa muy distinta es sumarse a la moda de los sistemas informáticos «antiplagio», que no encuentra por ahora muchos adeptos en nuestro país. El profesor de Comunicación de la Universidad de Navarra Ramón Salaverría lo tiene muy claro: «Crearía una relación casi policial, de desconfianza entre el profesor y el alumno, que sería contraproducente. Es mejor poner los medios para que no copien».

http://www.larazon.es/noticias/noti_soc29382.htm