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Descrédito y vindicación del héroe Carlos Marín-Blázquez | 18 de agosto de 2021

El héroe representa la excepción en mitad de la corrompida atmósfera de claudicaciones en que tristemente nos hemos acostumbrado a vivir.

En el corazón de nuestra época alienta el descrédito del héroe. Justo en mitad del siglo XVI, el siglo en el que España, a la vez que acomete su proeza trasatlántica, se afirma como primera potencia del orbe, aparece publicado un libro destinado a alterar el curso de la literatura. Su protagonista es un perdedor, un don nadie, alguien arrojado al furor inclemente de una sociedad que lo maltrata y lo escarnece, y que, desde niño, debe fiar su supervivencia a la astuta dosificación de las artimañas que improvisa su ingenio. El Lazarillo no es una novela más. En la portentosa concisión de sus páginas se consuma un giro copernicano que marcará el devenir de la narrativa, aquí y más allá de nuestras fronteras. La radical insolencia de su propuesta estriba en que, por vez primera en los anales de la literatura, un ser surgido de los márgenes del mundo, heredero desde el instante mismo de su nacimiento de un bagaje de oprobio que le lastrará de por vida, alza no obstante su voz y se proclama, para asombro de sus contemporáneos, digno de referir su propia peripecia.

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