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Las pantallas y el desarrollo cognitivo Manuel I. Cabezas González

Después de haber echado un vistazo panorámico sobre el uso y abuso de las pantallas y de haber analizado las consecuencias nocivas sobre los resultados escolares, hoy nos vamos a centrar en las efectos dañinos para el desarrollo intelectual de los niños, de los adolescentes y de los jóvenes. Esta cuestión es abordada por M. Desmurget en el capítulo 6 (“Développement: l’intelligence, première victime”) de su ensayo “La fabrique du crétin digital”.

Para este neurocientífico francés, las pantallas socaban los tres pilares fundamentales del desarrollo intelectual (la primera víctima de las pantallas) de todo niño, provocando efectos negativos e indeseables sobre las interacciones humanas, el desarrollo del lenguaje y la concentración.

Las pantallas y las interacciones humanas

El recién nacido, cuando llega a este mundo, no es una ¨tabula rasa”, sino que posee un bagaje de potencialidades o capacidades inmaduras (o, como se diría hoy, un programa de funcionamiento mínimo), que deben ser desarrolladas y maduradas. Para ello, son absolutamente necesarias las interacciones sociales con los seres humanos más próximos (padres y hermanos, principalmente). Ahora bien, si su ecosistema no le proporciona, en los primeros años de vida (“período sensible”, durante el cual el cerebro goza de plasticidad y maleabilidad), los estímulos necesarios, tanto en cantidad como en calidad, sus potencialidades no se desarrollarán o se desarrollarán mal. Y, después, será muy difícil o imposible subsanar las deficiencias y recuperar el tiempo y las oportunidades perdidas.

Según las conclusiones de numerosas investigaciones, cuanto más tiempo pasan los niños (y también los adolescentes y los jóvenes) con sus móviles, sus teles, sus ordenadores, sus tabletas, sus consolas, etc., más son alterados, tanto en cantidad como en calidad, los intercambios y las interacciones intrafamiliares. Se puede decir lo mismo de los padres: cuanto más tiempo están enganchados a las pantallas, de menos tiempo disponen para dedicarlo a sus retoños. Estas dos constataciones no tendrían importancia, si las pantallas proporcionaran al cerebro de sus hijos una alimentación adecuada y con fundamento, con un valor nutritivo igual o superior a la suministrada por las relaciones con seres humanos (padres, hermanos). Pero no es el caso.

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