Europa, año cero (I) Adriano Erriguel

Como un torrente largamente contenido la Realidad vuelve por sus fueros; la pandemia del coronavirus barre la pandemia mental de la corrección política.

¿Cómo designar un acontecimiento que supone la clausura de un mundo? El calificativo de “histórico” se nos antoja banal; tal vez sería más adecuado el de “escatológico”, si entendemos la escatología como la doctrina de las postrimerías. En ese sentido, la pandemia del COVID 19 podría considerarse un acontecimiento escatológico, una catarsis colectiva en la que, si recurrimos al lenguaje de las Escrituras, el velo del templo se rasgó de arriba abajo. El velo de la globalización feliz, de la sociedad abierta, del individuo sin ataduras y de la utopía “no borders”.

La plaga se presenta como una inmersión trágica en el flujo de la vida, como una gigantesca bofetada de realidad. Y lo es, en primer término, para la porción más desarrollada del planeta, para ese mundo que había desterrado la sombra de la muerte, que había hecho de la eterna juventud un culto y que había comenzado incluso a acariciar la idea de la inmortalidad. Todo ese mundo se ve ahora obligado a aceptar algo que sus ancestros siempre habían sabido: que la realidad era esto, el frágil equilibrio de un milagro llamado vida siempre en los bordes del abismo. Llegó la hora de las reflexiones duras para una época blanda. ¿Dónde queda la inanidad del Homo Festivus con su bulimia de “derechos”, sus caprichos e indignaciones, sus unicornios virtuales y sus dogmas pequeño-burgueses?

Pero todo fin del mundo implica el comienzo de uno nuevo. No en vano, la temática escatológica abarca también la cuestión del presente y la del futuro. La plaga ha venido a reventar nuestros marcos mentales. ¿Qué es lo que hemos dejado atrás? ¿Podemos atisbar algún perfil del nuevo mundo?

La magnitud de esta crisis – la mayor que hayan sufrido nuestras sociedades desde la segunda guerra mundial – nos retrotrae varias décadas en el tiempo.

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