Velázquez: un pintor genial al servicio de Felipe IV

En 1819, cuando se abrió el Museo del Prado, salieron a la luz las pinturas de Velázquez, hasta ese momento habían recluidas en las paredes de palacio. Rápido se reconocieron como obras maestras.

Nacido en Sevilla en 1599, Diego de Silva y Velázquez se educó desde niño en el taller de Francisco Pacheco, un pintor local que apadrinaba una tertulia en la ciudad. Pacheco enseguida vio el talento de su alumno: le apoyó en sus comienzos, le casó con su hija Juana y le animó a viajar a Madrid, donde sus amigos andaluces, del círculo del todopoderoso conde-duque de Olivares, van a aupar a su yerno al cargo de pintor real.

El nuevo rey, Felipe IV, es un gran aficionado al arte y sintoniza enseguida con el estilo de Velázquez, que se convierte en su pintor de cámara. Velázquez representará la imagen del monarca para la historia, distante, impasible y con toda majestad que exigía la corte española.

En sus inicios sevillanos pinta cuadros de temas religiosos para iglesias y conventos, al estilo tenebrista entonces de moda, pero introduce escenas de la vida cotidiana y usa a personas de su entorno como modelos.

Cuando llega a Madrid, Velázquez contempla a los grandes maestros de las colecciones reales y conoce a Rubens, quien le aconseja que viaje a Italia, un sitio que imprescindible para ser un artista de verdad. En Italia, su pintura adquirirá más libertad y más sentido del color y da como fruto cuadros como “La fragua de Vulcano” o “La túnica de José”.

A su regreso, en 1631, se inicia la etapa más fructífera de su carrera artística. Pinta numerosos cuadros del rey y su familia; para el Salón de Reinos del Buen Retiro crea “La rendición de Breda”, y para la Torre de la Parada, la galería de bufones y enanos de palacio, a los que dota de gran expresividad.

A la par, Velázquez va ocupando cargos administrativos en la corte gracias a la protección del rey y de Olivares. En 1649 Felipe IV, por su afán coleccionista, envía a Velázquez a Italia para compras obras de arte para decorar el Alcázar. Además de cumplir con el encargo, el pintor retrata a la corte papal y al pontífice Inocencio X. El pintor quiso alargar su estancia en Roma debido posiblemente a una relación sentimental, de la que nació su hijo. Muchos ven en “La Venus del espejo” a la madre de ese niño.

En 1651 regresa a España. En su último periodo de vida, Velázquez realiza dos de sus obras más importante, “Las hilanderas” y “Las meninas”, una apología de la pintura en la que lo real y lo imaginario se confunden. Por entonces, el pintor consigue su sueño de ser admitido en la Orden de Santiago gracias a una dispensa del papa para compensar sus orígenes humildes.

El 7 de agosto de 1660 falleció Velázquez, a los 61 años, en la Casa del Tesoro, dentro de las dependencias de palacio. Un artista genial pero hermético, que dejó tras de sí una buena colección de obras maestras pero muchos secretos sobre él mismo.

Documentos RNE se adentra en los misterios del genial pintor sevillano de la mano de Modesta Cruz. Lo hacemos con la ayuda de Javier Portús, jefe de Pintura Antigua del Museo del Prado; Jaime García Máiquez, investigador del Gabinete Técnico de la misma pinacoteca; José Riello, profesor de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, y del hispanista y experto en Velázquez Jonathan Brown.