Lo que está pasando en Francia no se puede decir José Javier Esparza

(actualisé le )

Cerca de 1.500 detenidos, más de un centenar de heridos de diversa consideración, París tomado por 8.000 policías, psicosis general y serias amenazas para el futuro político de Macron. Este era anoche, a las 21,00 horas, el balance de la cuarta manifestación de los Chalecos Amarillos (Gilets Jaunes), una protesta popular que está sacando a la superficie todas las tensiones acumuladas en la sociedad francesa. Y son muchas tensiones.

París. Una crónica a pie de calle de José Javier Esparza.- Lo que está pasando en Francia no se puede decir. Porque, si lo dices, todo el establishment se te echa encima y te llama fascista. Como no se puede decir, se silencia. Pero el silencio no hace que el problema desaparezca, al revés: lo mete bajo tierra y lo hace engordar hasta que estalla, y de manera imprevisible. Entonces todo el mundo lo ve, pero nadie sabe ya su nombre. Y como ya nadie sabe su nombre, tampoco se puede decir. Solo queda el escombro de las calles rotas y el negro de los incendios, y también la cólera que volverá a despertar.
Macron y la gasolina

Empecemos por el principio. A comienzos de 2018, el presidente Macron evalúa los aprietos financieros del Estado y decide subir aún más el precio de los carburantes en las gasolineras: es una medida que le reportará una gran cantidad de ingresos netos, vía impuestos indirectos, y que podrá maquillar perfectamente en nombre de la lucha contra el cambio climático. Macron, sí: el mismo que había suprimido el impuesto sobre las grandes fortunas nada más llegar al poder. Pero el pasado mes de mayo, una vendedora de cosméticos, Priscilla Ludovsky, lanza en las redes sociales una petición para que baje el precio de los carburantes: si se trata de luchar contra las emisiones contaminantes -se pregunta Patricia-, ¿por que se sube el precio sólo para los automovilistas, y no para los combustibles del transporte aéreo y marítimo? En realidad estamos ante una subida camuflada de impuestos. Y eso en un país donde los ingresos por impuestos ya representan un 18,7% del PIB (en España es el 9%) y cuyos ciudadanos soportan el mayor esfuerzo fiscal de la Unión Europea: cada francés destina una media del 57,41% de sus ingresos a pagar impuestos (en España, la cifra, altísima, está algo por debajo del 50%). ¿Para quién gobierna Macron? ¿Por qué elimina el impuesto a los ricos y, por el contrario, sube los impuestos a la depauperada clase media?

Y ahora viene la pregunta más incómoda: ¿Dónde van a parar esos impuestos? Porque la percepción general es que el dinero de los impuestos se pierde en unos servicios sociales colapsados, mal gestionados y precarios, a todo lo cual no es ajena la llegada de cientos de miles de inmigrantes ilegales en los últimos dos años. Datos de este verano: sólo en el área de Sena-Saint Denis, al noreste de París, la cifra de inmigrantes clandestinos alcanza el número de… ¡400.000 personas! En esa región de la connurbación parisina hay un 28% de la población que vive por debajo del umbral de la pobreza. Pero, ¡cuidado!, ya hemos tocado dos líneas rojas: una, la de las políticas “climáticas”; otra, la de la inmigración.
La Francia de a pie… en coche

Porque esto tampoco se puede decir, por supuesto. Y sin embargo, existe. El jueves, recién llegado a París, me dio por caminar desde Denfert-Rocherau, donde te deja el autobús del aeropuerto de Orly, hasta el municipio de Le Kremlin-Bicetre, a las afueras de la capital. Ocho kilómetros de aglomeración urbana, a pie enjuto, donde el cartel más habitual es “Carnicería Halal”, para el consumidor musulmán. La perdida de poder adquisitivo se puede cuantificar; la pérdida de identidad, no, pero no por ello deja de ser dolorosa. Lo acaba de recordar Robert Menard, alcalde de Beziers, fundador en su día de Reporteros sin Fronteras y, hoy, una delas figuras más destacadas de la “derecha transversal” francesa.

Esta pérdida de identidad no es sólo étnica: es, también y sobre todo, política. Por decirlo en dos palabras, cada vez menos franceses se reconocen en el modelo político vigente. Crece la sensación de que la República se ha convertido en el cortijo de una casta político-económico-mediática que vive cada vez más alejada del ciudadano común. Este es un proceso de fondo que viene de tiempo atrás, que se ha traducido en el crecimiento exponencial del Frente Nacional y en la aparición, en el ala izquierda, de la Francia Insumisa, pero que en realidad se mueve por debajo de los partidos y de las convocatorias electorales. Donde más visible se hace este proceso es seguramente en las provincias, fuera de París: allí es donde más se palpa la impresión de haber sido dejados de la mano de Dios, y allí es donde más ha arraigado el fenómeno de los Chalecos Amarillos.

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