El fracaso de España es el fracaso de su Educación + Video de Emilio Calatayud, Juez de Menores de Granada

Toute ressemblance avec la France est-elle fortuite ?

Carlos X. Blanco - Miércoles, 6 de diciembre de 2017

Cuando se hizo vigente la LOGSE (1991), las previsiones del Estado español en aquella época eran las de una abrumadora mayoría de jóvenes “excesivamente” cultos, una sobreabundancia de universitarios que, cosa lógica, no iban a poder cubrir los necesarios puestos de trabajo manual, técnico y de cualificación media y baja. Debe recordarse que en los años 80 pudieron acudir a las aulas universitarias, de forma masiva y por vez primera, los hijos de la clase obrera y campesina. La universidad había dejado de ser coto cerrado a una élite.

El acceso de una masa tan grande de jóvenes que habían sido producto del "baby boom" de los años 60, años de desarrollismo urbano y turístico, solo había sido posible gracias a una red relativamente buena de institutos de bachillerato creada a lo largo de los últimos años del franquismo. Cualquier problema de masificación o falta de medios en aquellos institutos venía siendo compensado por un profesorado altamente competente (en muchas ocasiones más competente que el de la universidad) y una alta motivación por parte de los estudiantes, deseosos de superar a sus padres en el nivel cultural y en cualificación profesional y académica.

Han pasado más de 20 años y ya podemos hacer balance del desastre, del estropicio. Los niveles culturales y formativos de la juventud española actual están muy por debajo de los de aquel entonces. El anterior sistema de bachillerato (3 años de B.U.P. y uno de C.O.U) ya habían sido producto de una reforma (a la baja, en cuanto a nivel y calidad) del viejo bachillerato del franquismo, que distinguía entre “elemental” y “superior”. Las universidades de los 70 y 80 pudieron nutrirse con profesores jóvenes de altísimo nivel alcanzado en sus institutos, y unos alumnos acostumbrados a la disciplina y al esfuerzo. Con la L.O.G.S.E esta cota histórica se vino abajo. La etapa educativa llamada “Bachillerato” quedó reducida a un periodo ridículo de dos años escasos, escasamente formativos de cara a entrar en la universidad. Antes, el joven se ve forzado a pasar por una larga etapa de Educación Secundaria Obligatoria de la que habría muchas, muchísimas cosas que decir.

Sólo voy a comentar algunas de ellas, que me parecen sangrantes. Para empezar, los secretos a voces. Es un secreto a voces que los inspectores de Educación y la Administración educativa (cuando no el propio equipo directivo) han obligado a miles de profesores a disminuir el número de suspensos, a inflar las notas de no pocos alumnos, a promocionar obligatoriamente a chicos que, en ocasiones, habían suspendido cuatro o más materias, esto es, malos estudiantes de solemnidad que no merecen titular en “secundaria”. De esta manera se disfrazaron las estadísticas en el Estado español durante lustros enteros. Miles de adolescentes obtuvieron sin esfuerzo alguno, sumidos en un analfabetismo funcional clarísimo, su título de graduado en E.S.O. gracias a este “empeño” de nuestros burócratas.

El problema sigue ahí. Con todo lo fácil y “obligatorio” que está resultando sacarse el título académico más bajo vigente en el sistema escolar español, aún así, con todas las presiones ejercidas sobre el profesorado, hay una tasa de abandono escolar dentro del periodo de obligatoriedad que clama al cielo. En comunidades muy atrasadas en su nivel cultural y académico (Andalucía, Castilla-La Mancha…) es una tasa de un tercio de los chicos. Escandaloso. En el norte contamos con porcentaje de abandonos inferiores, y los resultados de los bachilleratos se cuentan entre los mejores del estado. Pero en cualquier caso nos encontramos con una masa de población “sin oficio ni beneficio” que van a competir a la baja con emigrantes extranjeros que, en ocasiones, cuentan con mejor formación que ellos y cuyo nivel de exigencia salarial no va ser alto. Las consecuencias de aquí a la larga no se van a hacer esperar en los próximos años: aumento del racismo y de la xenofobia, auge de formaciones y bandas de ultraderecha, aumento de la delincuencia, perpetuación de los mercados negros y de la llamada “economía sumergida”.

Y luego tenemos el discurso de los “progres”. Álvaro Marchesi, César Coll y otros muchos capitostes de la LOGSE pasaron de sus cómodas cátedras universitarias a las no menos cómodas altas instancias del Estado y se convirtieron en mandarines de una reforma que hizo que la cultura en el Estado español se viniera abajo. Sacaron sus libros y sus decretos imponiendo –desde arriba- una “filosofía” de la educación cuando menos cuestionable. Llamar “filosofía” a todas sus chorradas sobre “curriculum abierto y flexible” es excesivo. Habría que referirse más bien a un cúmulo de necedades que, si se enseñan a nivel teórico a estudiantes adultos en facultades de Psicología o Pedagogía, no pueden adquirir demasiados visos de peligrosidad. Ahora bien, si esas mismas necedades que hablaban de “constructivismo”, “transversalidad” y qué se yo más, se implantan y se imponen de arriba a abajo en todos los institutos del Estado español, eso puede equivaler a un ciclón capaz de barrer definitivamente el afán por estudiar, el afán por formarse y ser persona. Teorías más o menos peregrinas, creadas en el nicho específico de la psicopedagogía universitaria, se convirtieron en dogmas inapelables de obligado cumplimiento en secundaria y Bachillerato. La nueva ley de educación que sustituye a la LOGSE persevera en las mismas tonterías, con infinidad de asignaturas “maría”.

Con estas intromisiones pseudocientíficas, con este sistema fracasado desde todos los puntos de vista, con este bajón del nivel cultural y educativo tan terrible…¡aquí nadie hace propósito de enmienda! UGT y CCOO, en sus secciones de Enseñanza se quejan como plañideras de que la LOGSE (“una buena ley”) fracasó por no venir bien acompañada de una financiación suficiente. Claro, sindicalistas progres: estáis absorbidos hasta la médula por la lógica del capitalismo: dinero, dinero, dinero. Lo sabemos todos: el dinero es la panacea. Claro que esta mentalidad es el reverso mismo del idealismo, curiosamente, como bien supo analizar Marx. Pensar en una ley como buena en sí misma al margen de la estructura social y la base económica en la que va a aplicarse no demuestra otra cosa que un idealismo de la peor estofa. Con muy buenas intenciones se ha llenado el mundo de cadáveres y miseria. Los sindicalistas “progres” y sus ideólogos se niegan a ver la sangrante realidad de un engendro conceptual, jurídico y pedagógico como fue la LOGSE y como es su derivación legal actual, la LOMCE. El utopismo de los pedagogos se hace realidad –lamentablemente- en forma de ignorancia, retraso, abotargamiento intelectual y moral. Gracias, progresistas.

Hoy, el marco legal que regula la Educación no universitaria del Estado Español es enteramente heredero de aquella ley, que yo considero nefasta. Los políticos y burócratas que controlan los resortes de nuestro sistema educativo parecen no “haberse bajado de la burra”, a diferencia de San Pablo, quien se convirtió a una nueva fe cayéndose de un caballo. Esto quiere decir que no desean enmendar sus errores, que no quieren reconocer que aquella ley fue un desastre. Curiosamente fue una ley de inspiración izquierdista, auspiciada por el PSOE y por sus fieles monaguillos y sacristanes, Izquierda Unida. Una ley, sin embargo, que fue contra el pueblo. Pues condena al pueblo, y precisamente al pueblo humilde y trabajador, a una ignorancia crasa. Perpetúa el clasismo, prohibiendo por ley la excelencia (único ascensor social), ampara los privilegios, hace el juego a las elites y a los sectores adinerados. Es una ley BASURA, con todas sus letras, y la Ley de Educación actual, la LOMCE, lo es más todavía, pues no hace propósito de enmienda ni de rectificación y prosigue con un modelo burocrático y con una retórica sofística que no se sostiene por sus pies, ni tampoco tiene cabeza.

Mi artículo podría dar la impresión superficial de que soy un nostálgico del régimen franquista, régimen que en materia educativa (sobre todo a partir de los 60) fue alcanzando grandes niveles de exigencia y calidad en cuanto a conocimientos de los estudiantes, en cuanto a competencia de los profesores, etc. Precisamente aquellos institutos tardo-franquistas pudieron nutrir unas universidades que en los 60 y 70 eran cada vez más contestatarias con el Régimen. Unas aulas aborregadas y un analfabetismo general no constituyen un buen ambiente para fomentar el deseo de democracia. Toda dictadura tiene los días contados ante una juventud crecientemente culta, crítica, exigente. El Bachillerato franquista fue más liberador.

La comparación entre épocas distintas es cosa muy arriesgada. El bombardeo televisivo y el efecto de la sociedad de consumo de hoy no son comparables a las influencias de aquellos tiempos. Hoy los jóvenes quizás no reciben tantos sermones de curas pre-conciliares ni retóricas falangistas, ya entonces hueras para la mayoría de los adolescentes. Hoy en día hay más "fascismo" implícito y más indefensión, si cabe, ante un anuncio de la TV o un mensaje subliminal violento de una película americana. Las comparaciones entre épocas tienen sus límites.

Las causas del fracaso educativo son múltiples y complejas, quién lo duda. Pero de entre las causas, teniendo en cuenta los efectos nefastos de la sociedad de la imagen y el estilo de consumismo que nos imponen, quiero subrayar precisamente la Teoría Pedagógica que la LOGSE santificó, y que hoy administra -cual dogma de Fe- toda una Iglesia de Pedagogos, Psicólogos y demás “Expertos” que, instalados en una Curia confortable e investidos arrogantemente de una enorme Voluntad de Poder, han echado a perder ya a varias generaciones de adolescentes.

Quiero subrayar que LA PEDAGOGÍA NO ES UNA CIENCIA. Solamente unos torcidos intereses inherentes al propio capitalismo, a la propia sociedad administrada por burócratas han podido investirles de tal autoridad incontestable. Me niego a considerar a la pedagogía como una ciencia y menos como una ciencia incontestable, y estoy en contra de los prejuicios gremiales (con un punto de altanería) que se muestran en manifiestos tales como el titulado “No es verdad”. Es lógico que una serie de personas que poseen el título de pedagogos (yo también me licencié, entre otras especialidades, en Pedagogía pero nunca tuve ese espíritu gremialista) quieran defender su espacio en la sociedad, para que los demás vean que son importantes, necesarios, etc. Yo comprendo que una profesión inventada y accesoria trate de buscar su sitio y su auto-legitimación. Es razonable que maestros o licenciados en diversas especialidades quieran olvidarse de su formación académica de origen y sentirse, ante todo, “técnicos de la educación”, “científicos de la educación”, etc. Todo ello puede ser respetable, aunque yo no lo comparto. No hay una ciencia de la Pedagogía sino una determinada Filosofía de la Educación. La mía se define de forma muy clásica: por los fines de la Educación. Fines, a saber: alcanzar una Sociedad de personas sabias, libres y dignas. Lo demás son recetas, nada más que recetas artesanales que un profesor, con la práctica diaria, va perfeccionando. Cualquier intento de formalizar esa práctica artesanal de auto-perfeccionamiento docente es abrir un portillo al burocratismo y a la tecnocracia. La LOGSE nos abrió un enorme portalón a los “expertos”, a los supuestos “Científicos” y “Tecnólogos de la Educación” que tanta ruina nos han traído. Con ellos ha venido el burocratismo más infame.

He dicho que los principios teóricos de la LOGSE , y ahora la LOMCE, en sí mismos son muy discutibles, y que de científicos no tienen nada. Como epistemólogo he investigado el Constructivismo, una filosofía que en líneas generales comparto, pero la tesis del Constructivismo es solamente una posición interesante pero muy genérica y siempre me ha parecido absurdo imponerla por decreto o por ley. Me recuerda algo así como lo de hacer del “Materialismo Dialéctico” una “filosofía oficial” en la URSS.

Cuando una filosofía se hace oficial y se impone por decreto en un Estado, entonces adiós Filosofía y adiós pensamiento crítico. Y eso es lo que se hizo con el “constructivismo”. Piaget, Vigotski, Freire y todos los demás que cita el Manifiesto son personas muy respetables, pero sus teorías no son científicas ni están libres de críticas. Aún más, todavía, no veo por qué tiene que ser obligatorio comulgar con ellas. Los docentes podemos tener nuestras propias preferencias intelectuales y, sobre todo, nuestras propias recetas artesanales.

Algunos pedagogos “progres” quieren negar evidencias y mienten ante hechos incontestables. Parece mentira que pongan como título de un manifiesto pedagógico (pro-LOGSE) la frase “no es verdad” diciendo cosas que, manifiestamente, no son verdad: por ejemplo, cuando escriben en el citado –y valga la redundancia- Manifiesto: “Basta comparar los libros de texto de hoy con los de antes para comprobar que cada vez se pretende enseñar más contenidos”. Esto, sencillamente, no es verdad. Los libros que empleaba los alumnos ya eran, en los años franquistas, indeciblemente más austeros, claros y rigurosos que los míos. Y si éstos los comparamos con los libros de la era LOGSE, podemos sacar la triste conclusión de que éstos se llenan de fotos enormes, a todo color, que distraen del texto y que guardan –muchas veces- una penosa conexión con el contenido escrito. Esto por no hablar de la moda de atiborrar a los estudiantes con coloristas “mapas conceptuales” y exhaustivas especificaciones de “contenidos”, “procedimientos”, “actitudes”, como si el libro del alumno fuera una programación para el profesor. Ahora pondrán listados de “competencias”, "rúbricas", "estándares", nueva moda de los pedagogos autócratas. Algunos penosos libros “LOGSE” son más bien guías para el visionado de películas (he visto el estrambote editorial de “innovación” que consiste en enseñar toda una asignatura visionando películas) o agendas inconexas de actividades en vez de auténticos manuales de texto. A mí me da lo mismo porque en Bachillerato yo no doy ganancia a las editoriales y me sirvo de mis propias clases “magistrales” (y espero que no me condenen a penas de cárcel o exilio por tratar de ser “maestro”, magister). Está bien contrapesar lo teórico con lo práctico, pero la LOGSE ha supuesto una inquina contra todo esfuerzo conceptual y toda disciplina intelectual. La obsesión moderna por atiborrarnos con “nuevas tecnologías” (pizarras electrónicas, cañones de proyección, portátiles para cada alumno) va en la misma línea de la fobia a la teoría, fobia a la disciplina conceptual, culto a la imagen y veneración por el juguetito electrónico.

El Manifiesto “No es Verdad” abunda en las no-verdades cuando consigna: “Cada vez es más pesada la carga académica de los estudiantes”. Sencillamente, no es así. Muchos chicos titulan en ESO sin haber hecho la tarea en casa (cosa muy saludable) ni una sola tarde en sus cuatro años de secundaria obligatoria. Un ser irracional sentado en un pupitre, una acémila por ejemplo, hubiera podido titular en la ESO española. Que “cada vez hay más asignaturas”, como dicen los pedagogos, no quiere decir “más carga académica”, siguiendo aquí al citado manifiesto. De ocho a trece asignaturas puede haber en un curso de la ESO. Muy pocas de ellas relevantes: “Imagen y Expresión Corporal” (una especie de Aerobic), junto a un sinfín de materias lúdicas (que no voy a seguir nombrando para no herir a nadie) y de “aprobado obligatorio” ocupan su sitio frente a las realmente formativas: Matemáticas, Lengua, Ciencias Sociales, Latín… Esto es ocupar (mejor dicho, perder) el tiempo precioso de los chicos y chicas con solemnes tonterías. Hace falta titular en secundaria sabiendo leer y escribir correctamente, siendo capaces de localizar los países en el mapa, manejándose con soltura en el tiempo histórico, con unos rudimentos de matemáticas. Muy pocos están logrando estas metas.

Quiero hacer constar que yo, como muchos otros docentes hartos de la LOGSE y su hija o nieta, la LOMCE, también tenemos una minoría de alumnos excelentes, educados y con ganas de educarse. Hay chicos inquietos intelectualmente y algunos son buenos cívicamente. También los hay con espíritu de sacrificio y, por lo menos, preocupados por su propia educación. Son minoría, por desgracia. Su “supervivencia” en medio de un clima escolar deteriorado, donde falta autoridad, respeto y tranquilidad, es meritoria. Es como si uno quisiera aprender entre cabestros y rebuznos, en aulas repletas de extranjeros y nativos que no se integran o se integran “demasiado” y que cobran por cumplir con un mandato legal –escolarizarse- pues bien, uno necesita hacerlo con dosis de esfuerzo extra (con mucho más esfuerzo que en un ambiente normal de seriedad y respeto, esfuerzo penoso que nos ahorraríamos). Es una tarea que parece imposible. Los hay que lo logran y yo les pondría medallas y monumentos: se lo merecen. Porque muchas aulas tienen el clima de establos llenos de rebuznos y desorden. Quien lo quiera negar, que lo niegue, pero falta a la verdad. Para devolver el orden y la paz a las aulas hay que devolver –institucional y legalmente- la autoridad al profesor, permitiendo a este la capacidad de imponer sanciones inapelables. También habría que suprimir el cuerpo de Inspección y todas las demás figuras parasitarias que giran alrededor de los docentes directos, los que cara a cara vemos a los alumnos a diario (ejemplos de figuras parasitarias son: asesores de formación, liberados sindicales, orientadores, etc.). A todos ellos les devolvería a la docencia para disminuir las ratios profesor/alumno y para obligarles a conocer de primera mano cuáles son los verdaderos conflictos y problemáticas de la enseñanza.

También habría que devolver la autoridad a los profesores en los centros. Una sociedad libre –liberal-necesita de autoridad. Una sociedad socialista también exige autoridad. Una comunidad de hombres libres, un mundo civilizado exige una autoridad. Un mundo democrático formado por personas libres y racionales exige autoridad. Es decir, que en este asunto nada tiene que ver la ideología. Autoridad y nada más que autoridad (que no autoritarismo). Y la autoridad se aprende en casa y en el aula. Lo demás son monsergas de “progres” alejados del verdadero mundo de la educación, sofisterías de parásitos (del Estado) que quieren interferir en la convivencia normal entre estudiantes y educadores (educadores en el sentido estricto de personas que se dedican a enseñar cara a cara y no de forma teledirigida). Invito a todos los docentes a que respondan críticamente a toda esta burocratización y tecnificación de la enseñanza. Es un camelo: lo que quieren nuestras leyes, nuestros legisladores, nuestros partidos políticos, nuestros sindicatos, es mano de obra barata, poco culta y fácilmente manipulable. Desobediencia civil ante este desastre educativo ¡ya!

“¡Se desmantela, se hunde el estado del Bienestar!” Es el grito de guerra. Y es cierto que todo se va al fondo. Este mismo que les escribe ya lo advirtió hace años en los medios. Toda una forma de vida se nos va de las manos, y hay muchísima gente que lo va a pasar mal. Es sabido que tenemos que apretarnos el cinturón para pagar a una casta inmensa de parásitos. Entre políticos y personal colocado por ellos, vulgarmente los enchufados (liberados sindicales, para-funcionarios sin oposición, asesores…), etc., contamos con una cuarta parte de la población del Estado a la que hemos de mantener. ¿Qué hacer con tanta gente “no competitiva”? Los neoliberales y neocons quieren que seamos todos unos emprendedores, pero no se puede emprender nada llevando a rastras tanta carga. Cada trabajador debe pagar, con su nómina, los gastos de su familia y los de cuatro o cinco políticos, asesores y sindicalistas “de clase”. La casta política vampiriza la mayor parte de los recursos, y hay mucha gente que no es emprendedora per se, sino trepadora en las jerarquías partidistas y sindicales ¿No se quieren enterar? Son demasiados los que sólo pueden vivir como sujetos en clientela. Cuando se trata de “sostener el Estado” hay que leer: “sostenerlos a ellos”. Las inmortales páginas de El Capital o El Manifiesto Comunista enseñan un teorema fundamental: los famosos “emprendedores” son muy pocos; lo que abunda es –por el contrario- una inmensa masa de individuos y entidades parasitarias. Bancos, Fundaciones, Sindicatos, Partidos políticos, empresas que producen daño moral o ecológico. Todos estos entes son agencias de colocación y con ello consigue la lealtad agradecida de millones de estómagos.

Se desmantela el estado del Bienestar de los que estaban bien. Ahora veo pancartas y camisetas, gorritos y silbatos… especialmente en las charangas del 1º de mayo, una pequeña movilización en la que abundan muchos de aquellos “progresistas” que bajo la entente PSOE-IU nos tiraron la casa por la ventana. Los libros gratis en la escuela. Las subvenciones a sindicatos que editaban una revistilla y liberaban a vagos. Ahora llaman a la huelga a todos los “obreristas” que buscaron dar servicios gratis universales con un dinero que ellos mismos no aportaban. El progresismo es genial cuando trata de administrar el dinero ajeno. Ahora lo veremos con las propuestas podemistas y pedrosanchistas de dar una paguita al primer indocumentado que pise suelo español. En Educación, la chapuza de la LOGSE hizo descender el nivel cultural del Estado a unos niveles históricos: todo fue integración y promoción automática. A base de integrar a vagos y maleantes, con becas, adaptaciones curriculares (o sea, estudiando menos, sacarse el título igual que los que hincan el codo) y otras mamarrachadas pedagógicas, han logrado que la gente estudiosa con algunos posibles hagan el esfuerzo de irse a la Privada. Los demás, a hundirse en el fango de una Escuela pública asistencial Las morcillas ideológicas del la LOGSE y sus derivados, la LOMCE, ahora se las tendrán que comer las víctimas de una Escuela Pública asistencial, que hace aguas, que se hunde pero no sólo se hunde por culpa del “españolizador” señor Wert, como si el ser “españolizador” fuera su mayor tara. Se hunde desde los tiempos de Felipe González y de sus teóricos constructivistas, sus currícula abiertos y flexibles, sus promociones automáticas (verbigracia: pasar de curso por imperativo legal con diez asignaturas suspensas y docenas de amonestaciones y sanciones por gamberrismo, por ejemplo). Se hunde con el ataque sistemático al Latín, al Griego, a la Filosofía, a las Humanidades y a las Ciencias puras (Física). Se hunde con la mezcolanza inextricable de maestros de primaria y profesores técnicos de FP junto a profesores y catedráticos de Enseñanza Media. Se hunde por vía de la coexistencia de escuelas de cocina o peluquería junto con guarderías, reformatorios y clases de Bachillerato (toda esta mezcla es hoy un IES típico). El presupuesto de la Enseñanza Media mengua al lado de enormes gastos para montar unos minoritarios y exclusivos ciclos de Formación Profesional en los que no se involucra la patronal. Patronal que quiere que con dinero público les lleguen muchachos sumisos, bobos, perfectamente adecuados a su perfil y dispuestos a “cobrar simplemente aprendiendo”. O sea: chicos, a trabajar gratis y a ofrecerse perfectamente formados como esclavos especializados a costa de la cultura humanística y científica de la población general.

A mí, que dedico mi vida profesional a la tarea de educar, me suena a música celestial y a jeremiada estúpida el tipo de discursos que últimamente se construyen para hacer oposición a las reformas que hizo el ministro Wert. Admito desde el principio que las tendencias neoliberales ya han tomado carta de naturaleza obligatoria. Son un hecho impuesto, un imperativo, una losa que pesa sobre todos los estados que antaño se consideraban “soberanos”. Que los hilos de la OCDE, el FMI, la UNESCO y demás siniestras entidades, son hilos que llegan hasta el Ministerio de Educación, a sus “expertos”, y a sus asesores, es cosa que no discuto. Es más, no tengo la menor duda al respecto. Ahora bien, que aquellos mismos que ahora agitan pancartas y lucen camisetas y chapas “a favor de la escuela pública” sean –muchas veces- los mismos individuos que se la han cargado, que la han sepultado para siempre, esto es lo que mi estómago no puede tolerar.

Ya he escrito en este medio que la LOGSE, y ahora la LOMCE, fue y es un desastre, un cataclismo para el nivel intelectual y cultural del Estado Español. No voy a repetir argumentos que ya circularon con gran profusión en la red. La reforma de Wert está cargada de vicios, y toda la jerga neoliberal acerca de “competencias”, “empleabilidad” (sic) y “emprendedores” no corrige ni modifica un ápice los vicios de nuestro sistema desde 1991. El Bachillerato más corto y ridículo de Europa, que recoge a todos los fracasados académicos que vienen de los centros de adultos, de la diversificación curricular y de los rechazados en las pruebas a ciclos de Formación Profesional. La mayor tasa de abandono escolar de Europa, a pesar de que se regalan los títulos y a pesar de las amenazas y presiones que reciben los profesores que suspenden. El mayor analfabetismo de su juventud, y las peores perspectivas de futuro para los que se quedan aquí, sin emigrar. Los grandes Estados que se hicieron grandes precisamente por la Educación (Prusia, URSS, China) no podrán ser un ejemplo de democracia liberal, pero sí son ejemplos históricos de cómo un Pueblo puede ser elevado a las mayores cotas de instrucción, de cultura, de auto-exigencia con una política educativa seria, exigente, selectiva. No hay una reconstrucción del Estado sin esta política. No hay un Estado que se haga respetar sin esta política. Lo demás son boberías de “progresistas”.

Clase Magistral de Emilio Calatayud, Juez de Menores de Granada

Biblio:
L’enseignement de l’ignorance et ses conditions modernes Broché – 28 février 2006
de Jean-Claude Michéa

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