Pizarro ingresa a la leyenda rosa

Biografía. Con el título Francisco Pizarro. El hombre desconocido, María del Carmen Martín Rubio arma una historia de vida con la que intenta ofrecer otra imagen del conquistador.

Carlos Villanes Cairo. Madrid

La historiadora española María del Carmen Martín Rubio se ha propuesto dar una imagen descafeinada, rosa y de muchos actos de contrición de Francisco Pizarro, el descubridor del Perú para unos, y/o el más grande depredador de la cultura inca para otros.

Ha publicado y presentado, por todo lo alto en Madrid, su libro Francisco Pizarro. El hombre desconocido (Nobel, 2014, 412 pp.), en el que asegura que la “leyenda negra” ha desfigurado y desprestigiado al “gran conquistador”, atacándolo de “genocida” con “agresiones oficiales y extraoficiales” (pp. 39 y 40), y ella, en cambio, lo biografía para reivindicar su figura porque, como declaró al diario ABC, ninguna calle, plaza ni colegio lleva su nombre en la capital de España.

Ampara sus afirmaciones en “documentos desconocidos”, que no cita ni en la bibliografía, salvo la continua y parcializada apelación a los libros de los historiadores peruanos José Antonio del Busto y Guillermo Lohmann Villena, a quien siempre llama “Lhomann” y utiliza sus documentos oficiales con glotonería. De igual manera acude al “Diario de Inés Muñoz”, cuñada de Pizarro, saltándose a la torera las referencias concretas, imprescindibles para escribir una vida con la intención de limpiar sus villanías. En un libro de más de 400 folios no hay ni una sola indicación a pie de página.

Habla de la bastardía de Pizarro y niega que fuera cuidador de cerdos, aunque reconoce que vivía en la pobreza con su madre y su padrastro, ambos ropavejeros. ¿Es alguna afrenta cuidar chanchos? Pues no. Aunque afirma que nació y murió analfabeto pero fue muy inteligente, alto, de mirada penetrante y de buen porte (p. 58).

Luego el joven Francisco aparece en Sevilla y como soldado en la campaña napolitana. En el Nuevo Mundo, narra sus peripecias en Panamá y la arriesgada, desastrosa y ensangrentada aventura por llegar y llenarse de oro y de gloria en el Perú. La captura y muerte de Atahualpa. El viaje a Jauja y al Cusco ayudado por miles de nativos, enemigos de los incas. La fundación de Piura, Trujillo, Lima y la refundación de Xauxa y Cusco. La batalla contra Manco Inca y su establecimiento definitivo en la “Tres veces coronada villa”, la conjura almagrista y la pacificación con la llegada de La Gasca. Vale decir, la consabida historia que los peruanos ya conocemos.

Pero el meollo está en que Martín Rubio pasa de puntillas sobre las traiciones de Francisco Pizarro: en Panamá, capturando y consintiendo el asesinato de Núñez de Balboa, descubridor del Mar del Sur; la ejecución de Atahualpa con infidelidad y alevosía; el asesinato por el garrote y quema de 13 curacas en Poechos, alegando falsamente el intento de atacar a sus soldados que “eran intocables” (p. 194); la pena de muerte para sus aliados, los generales Calcuchímac y Rumiñahui; la orden de matar a Diego de Almagro, cuando suplicaba clemencia –ya muy enfermo, tullido, tuerto y sin dedos–; y finalmente, la mayor afrenta, la destrucción y el saqueo de gran parte de la cultura de una alta civilización como el Imperio inca.

Tras los crímenes de Núñez de Balboa, Atahualpa y Almagro, la autora dice que Pizarro lloró (pp. 97 y 231). ¡Qué tal consuelo para la historia! En lo formal, el libro tiene clamorosos descuidos, confusión de apellidos y nombres como “Filipillo”, dos maneras de escribir “Chinquichara” en una misma plana (p. 210), “Haucaypata” por Huacaypata (p. 244), “río Mantaro” por Hatun mayo (p. 234), muletillas como “véase” y “fuere como fuere” cuando no encuentra un dato exacto. Cacofonías: “habían encontrado tan gran cantidad” (p. 181), “tan gran masa humana” (p. 230); imprecisiones, “el río Maule en Argentina” (p. 190); redundancias, “muy embarazada” y “algunos pocos” (p. 253); y un largo etcétera. En fin, la leyenda rosa.

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