Los Andes Perú

De Francisco Pizarro, cuenta la historia; entrevista a María del Carmen Martin Rubio Escribe: Juan Manuel Castañeda Chávez

A cada paso que daba, el papel que fue escribiendo Francisco Pizarro en la historia universal, revela que fue un personaje fascinante. Y que tuvo una trascendencia que él jamás sospechó.

En una época muy distante de la nuestra, Pizarro actuaba intentando ser un hombre de su tiempo; luchar por ser un castellano cabal, ser fiel a la Corona y compartir su apetencia por obtener riquezas, conquistar nuevos territorios y hacerlo en nombre de Dios. Su vida, por lo tanto, no deja indiferente a nadie y al contrario, genera profundos sentimientos encontrados.

Cuando el capitán Pizarro junto a sus socios Diego de Almagro y el cura Hernando de Luque empezaron con la Compañía de Levante, como se llamó al proyecto de conquistar el legendario reino de Pirú, México ya había sido conquistado y ello fomentaba la ardiente imaginación de quienes habían llegado a tierras americanas siguiendo ese sueño de riqueza e impulsaba las ansias por conquistar imperios de fabulosos tesoros.

En aquella época el mundo transitaba una etapa crucial de la cual ya no existía vuelta atrás, dos continentes se estaban encontrando y tal acercamiento cambiaría el orbe para siempre.

De occidente, concretamente desde la península Ibérica, llegarían a tierras de América del sur barbados forasteros montados sobre extrañas bestias, armados de arcabuces y atronadora artillería que se asemejaba al sonido del trueno. Los foráneos venían con una inagotable sed de riqueza, y con un dios que tenía como extraña representación un hombre crucificado al que los naturales no llegaban a comprender. Con ellos venían también invisibles enfermedades para las cuales el hombre americano no tenia defensas. Llegaba una cultura globalizada en el mundo hasta entonces conocido.

En los Andes, encontraron a la cultura Inca, que había hecho de la singularidad cultural su característica principal; la agricultura había progresado de tal manera que los cerros se habían transformado en interminables terrazas de cultivo y nadie padecía hambre. Los gobernantes Incas decían ser hijos del Sol y sus ciudades de excelsa piedra trabajada provocaban la admiración de los foráneos. Su compleja cosmovisión incluía como dioses al espíritu de las grandes cumbres; los Apus. El valor del oro y la plata no era mercantilista, sino ceremonial y de poder. Las guerras de los Incas para mantener el imperio eran constantes y estos eran condescendientes con quienes se les rendían pero con aquellas naciones que osaban oponerse solían ser crudelísimos.

En este contexto, el destino en la cambiante historia americana del siglo XVI, le concedió a Pizarro el papel protagónico en la conquista del imperio Inca, y el azar; que a veces, tiene guardados para las gentes perseverantes, obsequios inesperados que se suelen llamar buena fortuna, premió al consecuente capitán.

Cuando éste llegó a los dominios Incas, el gran Imperio se desangraba en una fratricida guerra civil entre dos hijos de Huayna Capac, el Inca fallecido por una desconocida enfermedad. Atahualpa y Huáscar combatían con ferocidad tal que habían inundado de sangre lugares tan sagrados como su capital, el Cuzco, y su atroz disputa ponía en serio riesgo la estabilidad del Tahuantinsuyo, como entonces se le conocía a este estado.

Interpretar adecuadamente ese panorama fue innegable merito de Pizarro, y no sin luchar audazmente, una mañana de 1532, obró estratégicamente para vencer en un territorio infestado de guerreros incas, apresando de forma sorpresiva a Atahualpa.

La insólita situación de tener cautivo al todopoderoso Inca, y a su vez, estar rodeado por miles de guerreros incas descabezados pero en reorganización, talvez facilito que entre ambos líderes surgiera una extraña amistad en Cajamarca, el paraje andino que fue testigo de este encuentro, de esta relación y del imborrable desenlace. Pizarro no sabía leer, y poco antes de su captura, a Atahualpa, le quisieron imponer una biblia que este lanzó al suelo por no hallarle ningún valor. Los líderes de dos mundos, conceptualmente distintos, se empezaban a conocer.

Aquella breve amistad entre ambos oscilaba entre la confianza y la cautela, entre la sospecha y la esperanza; uno ofreció una habitación llena de oro y dos de plata, y el otro prometió la libertad; uno decía obrar en nombre de Dios y el otro decía ser el hijo del sol; uno aseguró que el enorme ejércitoo no era suyo, y el otro, ciertamente presionado, le ejecutó; uno llorando derramó amargas lágrimas y el otro ya no estaba vivo.

Durante largo tiempo se producirían batallas entre ambos bandos que se cobrarían miles de vidas. Y paradójicamente, producto de las relaciones entre foráneos y oriundas, empezaban los primeros nacimientos; incluidos los hijos de Pizarro, fruto de su relación con las princesas Incas Quispe Sisa y posteriormente Cuxirimay Ocllo. Crecía una generación mestiza que se nutria de ambas fuentes culturales. Se vislumbraba el futuro, en medio de la tormenta.

Al final, ello era la guerra y en la cabeza de unos y otros siempre estaba presente este pensamiento; "matarte he o matarme has". Pizarro lo sabía muy bien. Quizás lo aprendió mucho antes, cuando estando en Panamá, fue comisionado para prender a Núñez de Balboa, quien finalmente sería ejecutado. Y con quien, años atrás, habían "descubierto" el Océano Pacifico, un mar que ya era dominado por los andinos desde tiempos inmemoriales.

A través de este océano, llegarían refuerzos que consolidarían el poder español. Por esta vía saldrían los tesoros de los Andes hacia España de tan intensa manera que provocarían una inflación del veinte por ciento en la economía española. Y también, por vía marítima llegarían las tropas españolas para pacificar el territorio de la guerra entre las huestes de Almagró y Pizarro.

El Márquez Pizarro siempre supo que su espada era su gran aliada y siendo ya mayor, blandiéndola, se defendió de las estocadas de un resentido grupo de partidarios perteneciente a las derrotadas huestes de Almagro, su antiguo amigo y ex socio, anteriormente mandado a ejecutar por él. “Los caballeros de la capa” les llamaban a los conjurados y fue con quienes el controvertido Pizarro, por última vez, empuño su espada.

Hablar de Francisco Pizarro no suele ser un ejercicio fácil, menos aun escribir sobre su vida. En una magnifica narración que nos sumerge en este apasionante e imprescindible episodio de la historia americana del siglo XVI, María del Carmen Martin Rubio ha conseguido escribir una acertada biografía que revela las luces y sombras de este personaje: Francisco Pizarro, el hombre desconocido.

Para acercarnos al personaje de Francisco Pizarro y a quienes le acompañaban hay que aproximarnos también a aquel tiempo histórico. ¿Cuál era el contexto social en España en los años de las empresas de conquista de América y qué animaba a quienes se embarcaban al nuevo mundo?
A principios del siglo XVI España, con la toma de Granada, había conseguido la unión de los reinos peninsulares. Tras ocho siglos de lucha, estaba preparada para la guerra y para continuar la expansión territorial, porque los nobles seguían cifrando su vida en los honores que les deparaba la carrera de las armas, y los hombres llanos subordinados al poder de éstos desde la alta Edad Media, no tenían otra opción que la de labrar sus tierras, a cambio de muy bajos salarios, o alistarse en sus ejércitos para poder alcanzar mejores metas, ya que apenas había industria, ni comercio fuera del generado por la lana de las ovejas merinas. Tales factores, unidos a la religión católica, que se había ido imponiendo en los territorios conquistados, habían transformado la guerra de reconquista en una cruzada contra el infiel y a la vez habían potenciado una irrefrenable sed de aventuras y riqueza. De ahí que, ya terminada la Reconquista del suelo hispano, las recién descubiertas Indias, se mostraran para los españoles de ese tiempo como la prolongación de aquella centenaria empresa, dado que en los lejanos territorios también podrían continuar la expansión territorial, imponer el catolicismo y adquirir riquezas; máxime después de que el papa Alejandro VI se las hubiera adjudicado mediante las bulas Inter caetera bajo la condición de evangelizar a su habitantes.

Aunque la empresa de conquistar del imperio del Pirú tenía ya algunos años, hay un evento que simbólicamente marcó el inicio; la Isla del Gallo. Los Caballeros de la espuela dorada como posteriormente les nombraría Carlos V en las Capitulaciones de Toledo, constituyeron el grupo de 13 personas que se quedó en la Isla del Gallo para continuar la empresa conquistadora cuando presumiblemente Pizarro, trazando una raya en la arena con la espada, proclamó la mítica frase; “Por esta se va a Panamá a ser pobre, por aquella se ha de ir al Birú a ser rico”. Según sus investigaciones, ¿esta escena ocurrió con la teatralidad que el cronista Inca Garcilaso de la Vega nos lo cuenta?
Según mis investigaciones, esta escena nunca se produjo, pues los cronistas participantes en el descubrimiento y conquista, y los que llegaron muy poco después, no la recogen. Es Garcilaso de la Vega Inca quien escuchó contar esta hazaña en Cusco a uno de los conquistadores que habían acompañado a Pizarro en la isla del Gallo y la reprodujo en los Comentarios Reales. La realidad es que Pizarro solamente dijo que no quería regresar a Panamá, dado que tanto él como sus hombres se hallaban muy pobres y que él se quedaba porque los tumbesinos, encontrados por el piloto Ruiz, decían que al sur del nuevo mar había muy buenas tierras y riquezas; de ahí que decidieran permanecer con él aquellos trece.

Antes de la llegada de Pizarro y sus huestes, el estado Inca se desangraba en una cruenta guerra civil fratricida entre Huáscar, el heredero legítimo y Atahualpa, quien estaba en Cajamarca. ¿Cómo fue este escenario?
En efecto, fue una lucha muy dura entre el Hanan y el Urin, es decir entre los militares y los sacerdotes del Tahuantinsuyo, representados por Atahualpa y Huascar, en la que murieron casi todos los miembros de las panacas reales. Sobre ese hecho Juan de Betanzos narra que los españoles, que fueron a Cusco, hallaron por el camino los campos llenos de cadáveres de hombres y mujeres colgados en árboles. Por cierto, que Atahualpa no era quiteño, sino cusqueño según los datos proporcionados por Betanzos y Cieza de León.

El historiador José Antonio del Busto explica la captura de Atahualpa ocurrida en 1532 como un enfrentamiento entre el concepto de "guerra mágica", como la entendían los Incas quienes una vez descabezados con la rápida captura de Atahualpa se encontraron acéfalos de autoridad y sin capacidad de respuesta, versus la "guerra mística" de Pizarro y sus tropas, que no tenían por símbolo un personaje u objeto concreto sino que contaba con la fe en la intervención divina. ¿Está de acuerdo con esa afirmación y cuál es su parecer respecto de la ejecución de Atahualpa?
Los monarcas incas eran considerados hijos del Inti, el dios Sol, y aunque tenían carácter divino, se hallaban en el vértice de una especie de pirámide gubernativa. La sociedad era tan jerarquizada que la vida de los ciudadanos estaba programada, según su condición social, desde que nacían hasta que morían por los miembros de las panacas que ayudaban a los monarcas; ello llevaba consigo que fundamentalmente todos trabajasen al servicio del Estado o en sus comunidades. Al desaparecer las panacas en las luchas fratricidas y después Atahualpa, el último gran líder inca, el pueblo quedó huérfano y si bien sus capitanes y después el nuevo monarca, Manco Inca, reaccionaron atacando a los españoles mediante una guerra de guerrillas, faltó el empuje divino proporcionado por Pachacuti, Tupaca Inca Yupanqui, Huayna Capac y el propio Atahualpa.
Atahualpa nunca debió de ser ejecutado, pues había entregado un gran tesoro para su rescate; Pizarro incluso llegó a promulgar un decreto concediéndole la libertad, el cual mandó publicar por las calles de Cajamarca. Pero al informar los mismos nativos que se estaba acercando a la ciudad un ejército formado por cincuenta mil guerreros, bajo las presiones de los hombres de Almagro y de los oficiales reales, no tuvo más remedio que acceder a que fuera juzgado. Como es sabido, en el rápido juicio se le sentenció a morir; Pizarro ante el gran peligro que se avecinaba, no tuvo tiempo de mandarle a España. Sólo pudo llorar “...por no podelle dar la vida”.

¿Cuáles fueron las fuentes de su investigación?
Fundamentalmente he utilizado las crónicas escritas por los soldados que acompañaron a Francisco Pizarro durante el descubrimiento y conquista de Perú junto con las de otros cronistas llegados poco después. Asimismo, he utilizado documentos escasamente estudiados, con respecto la personalidad del conquistador, como la crónica de Juan de Betanzos, el Diario de Inés Muñoz y, sobre todo, las cartas y ordenanzas publicadas por Guillermo Lhomann Villena, las cuales muestran, en directo, las facetas por las que fue atravesando. También he utilizado las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma y las obras de historiadores modernos, especialmente las de José Antonio del Busto, Raúl Porras Barrenechea y Edmundo Guillén Guillén.

En pleno proceso de consolidación del poder español con la fundación de ciudades en el desintegrado territorio donde antes de la guerra civil, habían dominado los Incas, Pizarro tuvo por mujeres a dos princesas Incas. ¿Cómo fueron las relaciones afectivas del gobernador Pizarro?
Este es otro de los temas, hasta ahora, muy poco conocido de la vida de Pizarro. Me enteré de la existencia de la ñusta Angelina Yupanqui cuando Juan de Betanzos dice en la “Suma y narración de los Incas” que “...el marqués la tomó para sí”. Después otra fuente documental, el Diario de Isabel Muñoz, amplía que ella fue su segunda mujer y que anteriormente se había unido a otra princesa llamada Quispe Sisa. Como me pareció sorprendente que Pizarro tuviese dos mujeres y cuatro hijos a partir de los cincuenta y seis años, decidí investigar las causas que le indujeron a cambiar su vida tan radicalmente, ya que antes parece que había sido un soltero empedernido, al menos así se colige de los escritos de los cronistas, y llegué a la conclusión de que en esos momentos en que había encontrado un gran reino integrado por hombres y mujeres diferentes a los europeos, debió pensar que sería muy importante mezclarse con ellos para dar lugar a la aparición de un nuevo país mestizo y así bajo ese propósito, para ejemplo a los demás conquistadores, habiendo ya en Indias algunas mujeres españolas, tomó por mujeres a las dos princesas aborígenes si bien, según la documentación manejada, muy posiblemente se enamoró de la bellísima Cuxirimay.

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