El último mohicano de la Amazonía

(actualisé le ) por (Bernard Boriello)

Brasil/ El último mohicano de la Amazonía

Por: Juan C. de la Cal

Actualidad Étnica, Brasil, 07/06/2007. Su tribu fue envenenada con matarratas por los blancos. Desde hace una década vive solo, escondido en la selva brasileña. Los indigenistas saben que con él morirá su idioma y su cultura. Es el triste final de «el indio del agujero».

Está completa y literalmente solo en la vida. Su familia, sus amigos, sus vecinos, su aldea, su mundo, su pasado, su idioma... Todo ha sido destruido. Él es lo único que queda. Un ser humano, un indio solo que, como El último mohicano del escritor James Fenimore Cooper, está condenado a desaparecer.

No sabemos su nombre. Los indigenistas que investigan su caso le han bautizado como “o indio do buraco” (el indio del agujero) porque en medio de sus chozas abre siempre una gran cavidad de tres metros de profundidad que no se sabe para qué sirve. Nadie ha podido hablar con él. Ni siquiera han escuchado su voz. Quizá no hable. Quizá se quedó sordo. Lo único constatado en los escasos contactos mantenidos hasta ahora es que parece no entender ninguna de las lenguas conocidas.

Fue encontrado hace diez años por funcionarios de la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) de Brasil en una zona de selva virgen del Estado de Rondonia. Llevaban mucho tiempo buscándole, muchos años tratando de confirmar la leyenda que hablaba de ese «indio loco» que vagaba por la floresta después de que su aldea hubiese sido arrasada por hombres blancos.

Porqué los suyos fueron exterminados de una forma terrible

El área donde vive está rodeada de grandes haciendas dedicadas al ganado. Tierras vaciadas de árboles y bichos para que puedan pastar las vacas. Después el desierto... Pero los facendeiros -los propietarios dueños de esas tierras- siempre necesitan más. La mitad de la selva virgen de Rondonia ha sido ya arrasada por madereros y ganaderos. Y las reservas indígenas ocupan el 20% de lo que queda de territorio. Por eso les quieren echar.

En 1985 la tribu donde vivía nuestro protagonista -menos de 100 personas- molestaba sus ansias expansivas. ¿Iban a dejar ellos, los todopoderosos terratenientes, que un puñado de indios paralizase el progreso en la Amazonia?

Por supuesto que no...

A finales de aquel año los “facendeiros” hicieron llegar a la molesta aldea unos sacos de azúcar envenenada con matarratas. Las tres cuartas partes de sus habitantes murieron o quedaron con graves secuelas. Los asesinos consiguieron su primer objetivo de amedrentar a los indios. Pero había que acabar el trabajo. Los hermanos Dalafini -dueños de una superficie de selva equivalente a la ciudad de Madrid- enviaron pistoleros nueve años más tarde que terminaron con los supervivientes.

Con todos menos uno...

El indio do buraco, de unos 30 años, lleva desde entonces -una década- dando vueltas por las 3.000 hectáreas de superficie de la reserva india de Omeré. La FUNAI, incluso, le ha demarcado otras 60 hectáreas más para él solito, con la idea de ir ampliando su territorio poco a poco. En todo este tiempo han organizado varias expediciones para tratar de establecer contacto con él. Pero el indio desconfía totalmente de los hombres blancos.

¿Por qué será...?

«En el primer viaje seguimos su rastro a través de la selva durante días. Finalmente encontramos una choza con el agujero y un pequeño claro donde cultivaba mandioca. Poco después, le encontramos sentado frente a la puerta. Tratamos de hablarle, le ofrecimos maíz, un hacha, nuestros guías indios bailaron e hicieron rituales de cura para atraer su atención y confianza... Pero sólo respondió con flechas», aseguraba Marcelo dos Santos, responsable de la expedición, en su informe.

Las únicas imágenes que existen de él fueron tomadas en ese contacto. Los indigenistas utilizaron la técnica para filmar animales salvajes: dejaron una cámara grabando permanentemente frente a la choza hasta que consiguieron captar unas breves escenas.

El último contacto mantenido tuvo lugar en septiembre del año pasado. La expedición iba liderada por Orlando Possuelo -hijo de Sydney Possuelo, el mítico indigenista de la FUNAI- que por poco acaba en tragedia. «Nos fuimos aproximando cada vez más hasta que llegamos a la aldea. Pero uno de mis hombres no siguió las órdenes, se aproximó demasiado a la maloca (choza) y recibió un flechazo en el pecho perforándole un pulmón. Salvó su vida de milagro...», recuerda Orlando.

Su padre, que ahora preside el Instituto Brasileño Indigenista, piensa que el indio ya está condenado a desaparecer: «Lo único que podemos hacer por él es suavizar su vida, facilitando su huida de los blancos y asegurándole un final menos traumático. Ya no pretendemos contactarle, sino todo lo contrario. Sólo podemos protegerle», explica Sydney Possuelo.

El indigenista cree que el indio pertenece a una tribu del tronco Tupí-Guaraní y que su negativa a hablar podría deberse a una sordera producida por el veneno que mató a su familia o al trauma que le produce saber que es el último de su etnia.

Possuelo, el hombre con más experiencia del mundo en tribus aisladas, es, sin embargo, bastante pesimista respecto a los protocolos de actuación para contactar con ellas: «A pesar de todos los cuidados que tenemos, no siempre conseguimos buenos resultados y para algunas ha supuesto adelantar su final», asegura. «Por eso, ahora abogo más para proteger su aislamiento. Porque la única garantía de salvación que tienen es que les dejemos en paz...».

El largo adiós

Cuando los europeos llegaron a Brasil, en el siglo XVI, había unos seis millones de indios viviendo allí y hablaban unas 1.300 lenguas. Según datos de Survival, la mayor asociación indigenista del mundo, hoy apenas llegan a los 400.000, agrupados en 220 pueblos. La tercera parte tiene menos de 200 individuos y dos de cada tres mora en espacios protegidos. Éstos son algunos ejemplos:

Akuntçu. Viven en la misma área del indio do buraco y sólo quedan seis individuos. Permanecen totalmente aislados.

Kanoé. También viven en la misma zona. Sólo quedan tres personas. Pero hay otro grupo pequeño de unos 20 o más, los Avá Canoeiro en el estado vecino. Los dos grupos no quieren conocerse a pesar de que su única posibilidad de supervivencia sea casarse entre ellos...

Kranhacarore. Fueron contactados en junio de 1998 en las profundidades de la Amazonia. El 90% ha muerto después.

Enawene nawe. Contactados en 1974 y suman 420 personas. Son uno de los pocos pueblos indígenas del mundo que no comen carne roja. En cambio, dependen de la pesca para sobrevivir. Están amenazados por la construcción de presas en el río Xingú que quiere hacer el gobierno de Brasil.

Rio pardo. Se sabe muy poco de esta tribu, que vive en la frontera entre los estados de Mato Grosso y Amazonas. Les apodan baixinhos (bajitos) o cabeças vermelhas (cabezas rojas). Nadie los ha visto nunca.

Tomado de: El mundo www.elmundo.es 03/06/2007

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