Fallece Éric Rohmer, el cineasta de la mirada sencilla
Figura clave de la ’Nouvelle Vague’, sus filmes bucean en la conducta humana.- Tenía 89 años
GUILLERMO ALTARES - Madrid - 11/01/2010
El cineasta francés Éric Rohmer, que acaba de fallecer a los 89 años en París , logró tres cosas que sólo están al alcance de los realmente grandes: sobrevivir a las vanguardias, estar a la altura de su propia leyenda y contar una y otra vez la misma historia y conseguir que no se acabe nunca.
"Ver una película de Rohmer es como contemplar crecer una planta", dice el personaje de Gene Hackman en La noche se mueve, el thriller de Arthur Penn. Es una frase a la vez certera (su cine no se caracteriza precisamente por la acción) pero también injusta. El cine de Rohmer está en realidad lleno de vida y de movimiento: es una variación constante sobre unas pocas notas (el amor, la esperanza y la desesperanza, la lucha por la pequeña y sin embargo enorme existencia cotidiana).
En 50 años de carrera dirigió 24 largometrajes (el primero, El signo del León, en 1959; el último, El romance de Astrea y Celadón, en 2007) y nos ha dejado unas cuantas cumbres del cine mundial como La rodilla de Clara (1970) o El rayo verde (1986). Rodada en 1969, tal vez Mi noche con Maud sea su obra maestra, una de las grandes películas de todos los tiempos que transcurre en una noche helada en Clermont-Ferrand, en el centro de Francia, la misma región de la que procedía. La trama es tan sencilla que resulta casi imposible contar de qué va: un hombre que se debate entre el amor y la atracción hacia dos mujeres. En realidad, trata simplemente de la vida, de sus soledades y dolor, de la búsqueda imposible que puede resultar al final posible del amor.
Le Monde recordaba este mismo lunes por la tarde una de sus frases más célebres: "Yo no digo, muestro". En eso su cine sí podía parecerse a ver crecer una planta, porque toda la carga del arte recaía al final sobre el espectador.
La carrera cinematográfica de Rohmer empezó sobre el papel, literalmente, en 1957 cuando fue nombrado redactor jefe de la revista Cahiers du cinema, que aglutinó al núcleo duro de la Nouvelle Vague, tal vez el movimiento cinematográfico más importante que haya conocido la Europa de la segunda mitad del siglo XX con realizadores como Jean Luc Godard, François Truffaut o Claude Chabrol. Dejó la revista en 1963.
En los años sesenta comenzó su ciclo de Cuentos Morales, al que luego siguieron Las comedias y proverbios y posteriormente de Las cuatro estaciones. Mientras tanto, siguió haciendo películas fuera de este marco. Algunos de sus filmes son agotadores, mucho más agotadores que ver crecer una planta pero sólo por el puñado de aciertos se merece un hueco entre lo mejor que ha producido la cultura europea en este medio siglo.
La mirada de un maestro
TRIBUNA: ROMÁN GUBERN 11/01/2010
Fue una de las semillas de la nueva ola francesa, pero no gozó del relumbrón que aureolaron a Godard, a Truffaut o a Resnais, que le acompañaron en su debut en 1959. Rohmer era profesor de literatura y fue captado por aquellos Cahiers du cinéma de tapas amarillas en las que se incubó la eclosión del nuevo cine francés que marcaría un antes y un después en la frontera de la modernidad. En 1957 publicó una monografía sobre Alfred Hitchcock, escrita con Claude Chabrol, que es todavía un libro de referencia. Pero El signo del león (1959), con el que se dio a conocer al público, mostró la implacable progresión de su protagonista hacia un abismo cotidiano con una mirada que hacía pensar en Balzac. Tuvo una acogida fría, porque la textura de su cine no ofrecía la brillantez formal de sus compañeros debutantes. Si Godard era un sprinter, Rohmer, el mayor de la camada, era en cambio un corredor de fondo. Y lo fue a lo largo de toda su carrera, con sus historias intimistas, con pocos personajes, tanto si trataban de la cotidianidad parisina como si su acción se situaba en épocas remotas propicias al espectáculo facilón (Perceval el Galo, La marquesa de O, Los amores de Astrée y Céladon, que fue su testamento). La crítica y parte del público empezaron a tomarle en serio cuando aparecieron Mi noche con Maud (1969) y La rodilla de Claire (1971), en parte gracias a sus actrices en estado de gracia.
Además de realizador, Rohmer fue siempre un ensayista y teórico de primera fila, como lo demostró en los años sesenta con su fecunda polémica en torno al cine de poesía (que Pasolini defendió con sus postulados de filólogo) y el cine de prosa, que Rohmer argumentó y practicó en su propia filmografía. Su prosa procedía de la gran tradición de la novela francesa, pero su cine no fue nunca literario, en el sentido peyorativo de la expresión.
Cineasta elegante y austero a la vez, orquestó su filmografía en ciclos, como el de sus "cuentos morales", sus "comedias y proverbios" y sus "cuentos de las cuatro estaciones". Había en su mirada sobre sus personajes, siempre de reacciones contenidas y nada vistosas, algo propio de la mirada del antropólogo. Esto es tan cierto que, cuando presentó en la Bienal de Venecia El rayo verde (1986), asistí en el jurado del festival a una curiosa discusión, pues algunos se negaban a premiar la película arguyendo que la crisis que vivía la protagonista en la película era su propia crisis en su vida real, lo que le restaba valor dramático. De todas maneras la premiamos y creo recordar que también a su protagonista, Marie Rivière.
Su penúltima película, Triple agente (2004), dirigió su mirada hacia la guerra civil española de un modo muy poco convencional. Fue una película incómoda, porque huyó de los himnos líricos y de los acentos heroicos y habló de traiciones y de bajezas políticas, algo que obviamente existió en nuestra tragedia política.
http://www.elpais.com/articulo/cultura/mirada/maestro/elpepucul/20100111elpepucul_10/Tes?print=1
Falleció Eric Rohmer
por Julio Feo
Artículo publicado el 11/01/2010 Ultima reactualización 13/01/2010 12:03 TU
El cineasta francés Eric Rohmer, que exploró los devaneos amorosos y el desamor en filmes como "La rodilla de Clara, "El rayo verde" y la saga "Seis cuentos morales" murió el lunes en París a los 89 años de edad.
Uno de los fundadores de la nouvelle vague el cineasta francés Eric Rhomer ha fallecido a los 89 años de edad. Su nombre está estrechamente ligado al de ese movimiento renovador del cine francés que a fines de los años cincuenta formaron cineastas como François Truffaut, Claude Chabrol, Jean-Luc Godard, Agnes Varda, Louis Malle o Jacques Rivette. La mayor parte ellos, y era el caso de Rhomer, procedía de la crítica cinematográfica y muy en particular de la revista “Cahiers du cinema”.
Fino analista, Rhomer se destacó como crítico por sus artículos sobre el cine de Renoir, Rosellini o Mizogouchi. Con Claude Chabrol escribió al alimón un ensayo sobre Alfred Hitchcock, gran maestro del suspenso, admirado también por Francois Truffaut.
Rhomer inició su carrera de director en 1950 con varios cortometrajes y firmó su primer largo en el 59: “El signo del león”, al que seguirá “La boulangère de Monceau” en 1962, el primero de sus seis cuentos morales (entre 1962-1972) junto con “La carrière de Suzanne”, “Ma nuit chez Maude”, “La rodilla de Clara” (premio Louis Delluc), “La coleccionista” y “El amor después del mediodía”. Otra serie seguirá en los años ochenta la de sus “Comedias y proverbios” con títulos como “La mujer del aviador”, “La buena boda”, “Pauline en la playa”, “Las noches de luna llena”, “El rayo verde”, “El amigo de mi amiga” o “Las cuatro aventuras de Reinette y Mirabelle”.
Coherente consigo mismo, Rhomer inicia en la década de los noventa sus cuatro “Cuentos de las cuatro estaciones”: primavera, verano, invierno y otoño. Ya en el siglo 21 este veterano de la nouvelle vague seguía en activo y firmó destacadas obras como “La inglesa y el duque”, en la cual utilizó por vez primera imágenes de síntesis en sus decorados, o más recientemente su última película: “Los amores de Astrea y Celadón” en 2007.
Rhomer era un cineasta-autor por excelencia, autor de sus propios guiones, en su gran mayoría originales, o bien adaptaciones cinematográficas como “Perceval el galés”, donde debutaron actores como Fabrice Luchini o Arielle Dombasle y que obtuvo el Premio Meliés en 1979, o “La marquesa de O” en 1976.
Rhomer era un cineasta independiente que ha creado su propia productora con el también cineasta Barbet Schroeder. Su estilo depurado es inconfundible y su obra, repleta de comedias, es en cierto modo al cine francés lo que Marivaux es al teatro, pues en ella examina desde todos los ángulos posibles e imaginables los juegos del amor y del azar. Sus diálogos muy escritos, aunque aparentemente improvisados en la puesta en escena cinematográfica, son una mezcla de la filosofía de Pascal y de la moral cristiana con la tentación y la práctica libertinas.
Las comedias de Rhomer son un retrato de su tiempo, pues ha sabido esbozar en imágenes década a década, como fino observador de la sociedad, sus modos y costumbres. Sus obras han encontrado siempre un público fiel de advertidos cinéfilos y a veces, como en el caso de las "Noches de luna llena”, o de “Pauline en la playa”, su éxito fue considerable en un público más amplio. Con el tiempo, algunos vieron repetición en su obra, allí donde sus admiradores vemos tan sólo la inspiración fértil y la coherencia de un gran autor de cine, el más coherente con sus principios estéticos y éticos de todos los cineastas surgidos de la nouvelle vague. Un cineasta Rhomer de esos que despiertan vocaciones y nos hacen amar el cine.
Rhomer ha fallecido, pero su cine es de esos que hay que ver y volver a ver, indispensable en toda escuela de cine, así como en toda antología histórica del cinematógrafo.
Escuche al director franco-chileno Francisco Lopez-Balló:
http://www.rfi.fr/espagnol/actu/articles/121/article_14149.asp
In Memoriam : Eric Rohmer, un génie français
J’ai toujours eu un faible pour Rohmer, lié à ce que Debord nommait la psychogéographie. Car j’ai vécu dans les endroits qu’il a aimés et filmés, quand je vivais en France…
Il y a un lien sacré entre le territoire français et son œuvre ; les Buttes-Chaumont dans la Femme de l’Aviateur ; Saint-Lunaire ou Paramé dans Pauline à la plage ; Biarritz dans le Rayon Vert, admirablement inspiré du roman initiatique de Jules Verne ; Annecy et son lac magique dans le solaire Genou de Claire, aussi inspiré du symbolisme médiéval. Les quatre Contes des Saisons consacrent aussi ce lien charnel et mystique à la France.
Mais Rohmer est aussi un prodige de l’histoire de France : son honnie Anglaise et le Duc, qui règle une fois pour toutes son compte à l’odieux totalitarisme de la Révolution française ; l’hommage ludique à la France huguenote et druidique de l’Astrée d’Honoré d’Urfé. Enfin, surtout, le film le plus énigmatique peut-être de l’histoire du cinéma français, Perceval le Gallois, hommage fabuleux aux jongleurs du Moyen Age courtois, quand les trouvères produisaient leur texte et le mimaient devant une assistance qui n’avait rien à voir avec celle de TF1 ou du festival de Cannes. De ce point de vue la performance du rebelle Fabrice Lucchini est unique dans l’histoire du cinéma.
Nestor Almendros, le grand directeur de la photographie hispano-cubain, disait que Rohmer lisait couramment le grec et le latin, tout comme il avait traduit lui-même de l’ancien français Chrétien de Troyes. Cet homme d’une culture supérieure avait l’aura des grands humanistes, et dans des temps d’ilotisme généralisé et consacré, il paraissait un météore venu d’un autre âge. Et pourtant il a duré, et pourtant il a tourné, et pourtant il a été présent partout. Où que j’aie été dans le monde, j’ai vu des films, j’ai vu des DVD de Rohmer. Avec quatre sous, avec quelques acteurs, avec un dogme antiprofessionnel, il a créé un cinéma de mutant traditionnel, qui a balayé et fait oublier toutes les méthodes, toutes les normes de l’industrie dite du divertissement.
Plusieurs de ses films apparaissent rétrospectivement comme des testaments français. Dans l’étonnant l’Arbre, le Maire et la Médiathèque, seul film antisocialiste des trois dernières décennies, tourné avec mon ami Jean Parvulesco qui ouvre le film, Rohmer décrit la destruction d’un village condamné par un maire entreprenant et l’urbanisme moderne. Sous le masque de la comédie, Rohmer délivre le message ultime, qui voit la France engloutie sous la marée montante du désastre postmoderne. Pour un homme qui avait puisé ses racines dans le Moyen Age courtois, la littérature précieuse ou le romantisme prussien de la Marquise d’Ô, c’était là un bilan qu’il convenait de dresser, et Rohmer le fit avec son énergie (tous les témoins confirment qu’elle était prodigieuse, comme sa culture et son inspiration), sa lucidité et son équilibre aussi car ce sage venu d’un autre âge ne se laissait ni aller à l’acédie ni à l’aigreur. Il restait comme son admirable clochard céleste de Sous le Soleil du Scorpion, un être sans rancune et sans ressentiment.
Il a manqué peut-être un film à Rohmer, l’homme qui célébra plus qu’aucun autre la figure angélique et eschatologique de la Jeune Fille en Fleurs : Jeanne d’Arc. Mais il a illustré tout au long de sa vie sa préférence initiatique pour la femme qui doit fouler le serpent à la Fin des Temps, la fille spirituelle de Sophocle et de Chrétien, l’héroïne douce et riche de tous les possibles aristotéliciens. De ce point de vue, je reste un adorateur des Quatre Histoires de Reinette et Mirabelle, princesses fruitées qui célèbrent l’heure bleue, heure taoïste située entre la nuit et l’aube, et qui nous fait atteindre la toute-puissance du monde.
Je reste en tout cas serein sur l’avenir de ce chevalier sauvage, passé dans l’autre dimension, encore plus spirituelle que celle à laquelle il nous avait accoutumés par ses chefs-d’oeuvre inactuels.
Nicolas Bonnal