Crisis

Un año pésimo (y vamos a peor) El mundo se prepara para una profunda recesión económica en 2009

NEGOCIOS 28/12/2008

El 2008 económico -un año atroz- tiene algo de la escena del asesinato en la ducha de Psicosis. Esa banda sonora de chirriantes violines acompaña desde hace meses una secuencia vertiginosa de pésimas noticias financieras, el final de una era que algunos han definido con un expresivo "capitalismo de casino". Los destinatarios de esas informaciones, del más humilde trabajador a la aristocracia financiera de Londres y Nueva York, han visto peligrar sus ahorros o esfumarse sus inversiones en medio de un pánico sin precedentes y con esa música de fondo. Wall Street ya nunca será lo mismo. Y el frío se ha colado desde el subsuelo de las finanzas al conjunto de la economía.

Con medio mundo asomándose ya a la recesión -el medio mundo rico, para más señas-, lo peor está por venir. En 2009 remitirán las turbulencias en la banca, pero a cambio llegará la resaca de la peor crisis financiera desde los años treinta, con una recesión profunda en pleno corazón del sistema, desde EE UU hasta Europa y Japón. Palabras mayores: al hilo de la peligrosa subida del desempleo, los más agoreros empiezan a hablar incluso de depresión, una situación inimaginable hace sólo unos meses y que obliga a pensar en los culpables de todo esto.

La lista de villanos es inacabable. Los gobiernos han fracasado miserablemente al permitir años de excesos y no acaban de contener la sangría a pesar de los esfuerzos, de la vuelta al intervencionismo del Estado en la economía a base de dinero fresco. Los consumidores no dudaron en unirse a la fiesta de consumo que alimentó varias burbujas. Los bancos centrales, con Alan Greenspan a la cabeza, incentivaron el sobreendeudamiento con grandes y duraderas bajadas de tipos, e iniciaron una peligrosa carrera hacia la desregulación en la que han campado a sus anchas los especuladores. Los mercados se instalaron en la exuberancia irracional.

Casi nadie -en ese magma de economistas, supervisores, analistas, periodistas, oráculos y un doloroso etcétera- lo vio venir, por lo que no había diques para contener ese tsunami. Pero los banqueros se llevan la palma: "Primero cruzaron varios límites que no debían haber sobrepasado y cebaron todas las burbujas; ahora ahogan a la economía productiva al cerrar el grifo del crédito", asegura desde Washington Carmen S. Reinhart, economista de la Universidad de Maryland y una de las grandes expertas internacionales en crisis financieras.

"Demasiado riesgo ayer, demasiada prudencia hoy. En ambos casos, los bancos son culpables", sentenció el presidente francés, Nicolas Sarkozy, en el peor momento de la crisis.

Y lo peor sucedió el pasado 15 de septiembre. Para entonces ya era imponente la cascada de entidades que no superaron el virus tóxico de las subprime (las hipotecas concedidas a clientes con un mal historial de crédito y que al dejar de pagar sus casas por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos activaron el detonador de la crisis), aunque en marzo la Administración de Bush salió al rescate de Bear Stearns y pareció que con ese golpe de mano las turbulencias habían tocado fondo.

Nada más lejos de la realidad. Tras intervenir varios gigantes financieros más, ese fatídico 15 de septiembre Estados Unidos decidió dejar caer Lehman Brothers, uno de los grandes bancos de inversión del mundo, para dar una lección: algo así como que quien la hace la paga. Pero inmediatamente después salvó de la quema a la primera aseguradora del mundo, AIG, una de esas entidades que los Gobiernos consideran demasiado grandes para caer.

"Esa improvisación fue desastrosa: en un mercado saturado de incertidumbre, el Gobierno de Bush añadió más presión e hizo de un problema serio algo que en algún momento rozó el colapso total", explica Reinhart. "Porque con esos bandazos nadie sabía qué podía pasar, a quién se salvaría en caso de quiebra y a quién no. La bancarrota de Lehman Brothers provocó una abrupta contracción del crédito en todo el mundo. Un alud de desconfianza. Y en los mercados, la desconfianza suele derivar en pánico. Eso fue lo que sucedió: lo de Lehman quedará como uno de los grandes errores de gestión económica de todos los tiempos. Convirtió un grave episodio de turbulencias financieras en una recesión profunda. Y veremos si en algo más".

En esa tesitura llegaron los grandes remedios: la intensificación de la crisis y el pánico desencadenado en algunos momentos sobrepasaron la capacidad de los bancos centrales para suavizar las restricciones de crédito y abastecer de liquidez al sistema, y obligaron a los Gobiernos a actuar. Estados Unidos anunció un plan de rescate multimillonario para comprar activos tóxicos, la mayor intervención pública en la economía en un país que hizo dogma del libre mercado, de la desregulación, del laissez faire económico y financiero. Europa ha acabado aprobando algo parecido tras la intervención del Reino Unido, que dio con la tecla al inyectar el dinero público directamente en el capital de los bancos.

Al final, ése es el denominador común de los salvavidas aprobados a ambos lados del Atlántico, que han conseguido detener el reguero de cadáveres en la banca, pero siguen generando dudas: los planes de rescate -en el fondo, un intento de salvar al capitalismo de los capitalistas- no han impedido que la metástasis atraviese las finanzas y se instale en la economía y en la industria. El desempleo ha iniciado una escalada peligrosa. Eso supone menos consumo. Y claro, más problemas.

En economía, las desgracias nunca vienen solas. Una mala noticia llama a la siguiente. Y lo de 2008 es algo parecido a un círculo vicioso. Con la Bolsa en liquidación, la continua caída de precios de los activos financieros acabó provocando un desaguisado en la banca y una intensa contracción del crédito, que ha acabado contagiando a la economía real. La recesión ha llegado para quedarse, y eso a su vez complica la crisis financiera.

Para los expertos consultados, ese panorama hace imprescindible la intervención pública con objeto de evitar una deflación (una caída de precios en la economía real) que puede derivar en una intensa depresión de la actividad. La deflación es una enfermedad peligrosísima: los precios empiezan a caer y, aun así, los consumidores no compran, no gastan, no entran en las tiendas y obligan a las empresas a producir menos, a despedir a más gente. Tiene una cura difícil. Ahora mismo es sólo una posibilidad: el comercio mundial ya ha frenado en seco, aunque la temida depresión parece aún poco probable. Pero no imposible. La prueba es que la Reserva Federal ha agotado prácticamente todos sus cartuchos con el recorte de los tipos de interés hasta un histórico 0%.

Pregúntele cualquier cosa a un buen economista y obtendrá al menos dos respuestas. El chiste dice que si se trata de Keynes -que vuelve siempre a estar de moda cuando vienen curvas-, las respuestas serán tres. En esa línea, desde la Universidad de Lovaina, el profesor Paul de Grauwe analiza 2009 desde dos escenarios posibles. "El optimista consiste en que los paquetes de estímulo de los Gobiernos empezarán a funcionar en breve y permitirán salir de la recesión a final de año, lo que a su vez ayudará a la recuperación de la banca. Pero un escenario más negativo supondría que los planes de rescate tienen poco que hacer. De ser así, la economía mundial entraría en una espiral deflacionista, los países reaccionarían con medidas proteccionistas y los bancos recibirían una segunda tunda de golpes. Espero que esto no ocurra, pero ni mucho menos puede descartarse".

Definitivamente, 2009 no pinta bien. En especial, para un sector bancario que no deja de encajar golpes directos a la mandíbula con episodios que rozan lo estrafalario, como la reciente estafa descubierta en EE UU. Una pirámide financiera, un timo en el que han picado grandes bancos y que socava más y más la ya muy minada confianza en los banqueros. La reputación de la banca -que el lenguaje imposible de las finanzas maquilla con un ampuloso "riesgo reputacional"- está en horas bajas. Los grandes países parecen decididos a reformar el sistema, para conjurar el riesgo de una Gran Depresión como la de los años treinta, a juzgar por la última reunión del G-20. Aunque puede que la pesadilla vaya remitiendo, al menos en las finanzas.

El economista francés Charles Wyplosz afirma desde Suiza que la peor fase de la crisis financiera "ya ha pasado". Pero atención, eso no significa que el sector bancario vaya a estar instantáneamente sano. "La recuperación va a ser lenta, con numerosos accidentes en el camino. Los bancos van a sufrir, e incluso puede que quiebren más entidades". Y cierra: "Los planes de rescate son cruciales. Siguen sin salir todos los activos tóxicos, por lo que sería necesaria una segunda oleada de intervención. Además, la economía va a peor y eso añadirá más pérdidas, difíciles de digerir tras un año plagado de dificultades. La cura definitiva aún está lejos".

Lo asombroso de la escena de Psicosis es que se ve la sangre, pero nunca cómo se clava el cuchillo en el cuerpo de la pobre Janet Leigh. Hitchcock lo esconde en un montaje que es un alarde de malabarismo. Los bancos han hecho algo parecido con su contabilidad. No han podido ocultar la sangría de pérdidas: a estas alturas van más de 700.000 millones de euros y más de 200.000 despidos en la industria financiera mundial. Pero nadie conoce la profundidad de la herida, hasta dónde va a llegar la cuantía definitiva.

Y nadie lo sabe porque los bancos se encargaron de sacar la porquería de sus balances, conscientes del alto riesgo de las hipotecas basura. Empaquetaban esos préstamos junto a otros de distinta solvencia en vehículos financieros de nombres impronunciables -credit default swaps (CDS), conduits y otras lindezas por el estilo- y los vendían a otras entidades financieras en el mercado secundario pagando al comprador unos intereses por el riesgo. Así cuantas veces fuera necesario. Joaquín Estefanía firmaba hace unos días un artículo en este periódico en el que no dudaba en calificar esta operativa como "estafa piramidal", al estilo de la protagonizada por Bernard Madoff.

En poco tiempo, el sistema ha cambiado de arriba abajo. El gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, lo describe así en un discurso reciente: "Si en un principio las dificultades parecieron circunscribirse a apenas unos pocos fondos de inversión y pequeñas hipotecarias estadounidenses, el conjunto de entidades afectadas fue aumentando en un proceso en el que se han sucedido, sin solución de continuidad, nacionalizaciones, quiebras, intervenciones de bancos, creación de nuevos esquemas de garantías para inversores e importantes limitaciones en las prácticas de mercado, como las que han afectado a las ventas en descubierto de acciones".

La catástrofe financiera no ha respetado siquiera a los supuestos intocables: los reyezuelos de los últimos años, los bancos de inversión, ya no existen como tales; o bien han desaparecido o se han tenido que transformar en bancos comerciales. Brillantes, arrogantes y temerarios a partes iguales, inventaron una forma de hacer negocios basada en el endeudamiento que les hizo ganar dinero a espuertas y a su vez cavó su propia tumba.

Es interesante ver cómo los expertos de esas entidades resumen la hecatombe de los últimos meses. El antiguo equipo de estrategia de Lehman Brothers, engullido ahora por el de Barclays, disecciona en un informe de diciembre los hechos de los últimos meses con la precisión del bisturí de un médico forense: "Estamos pagando los excesos de los últimos 10 años, en los que la acumulación de riqueza se construyó con una sola premisa: deuda. Nadie es inmune a la actual espiral de desapalancamiento, que durará años". Eso sí, hay cosas que no cambian. "Con los mercados dislocados, tras los cambios en el terreno de juego y el reajuste en el precio de los activos, las oportunidades están ahí", apunta el estudio sobre las oportunidades de 2009.

Los organismos internacionales -con la reputación por los suelos tras los continuos errores de bulto en la prevención y la detección de los problemas- hablan de una crisis "sin precedentes". Reinhart y Kenneth Rogoff titulan uno de sus trabajos más recientes, que analiza nada menos que 800 años de crisis financieras, con un irónico Esta vez es diferente. "Algo parecido a esto ya ha pasado. Y volverá a suceder. Las crisis financieras se producen tras liberalizaciones o innovaciones financieras que desencadenan periodos de euforia y alimentan burbujas de todo tipo. Y eso es lo que ha sucedido otra vez: que algunos creyeron que habíamos descubierto la penicilina y se embarcaron en excesos de todo tipo hasta que el globo pinchó", explica telefónicamente la autora de este trabajo. "Eso sí, se trata de un agujero que suele verse una vez en un siglo", concede. Sí hay algunos elementos novedosos: "La crisis se desencadena en el centro financiero y el contagio es huracanado. Y a partir de ahí se produce una reacción de política monetaria muy rápida y agresiva, que se estudiará durante mucho tiempo. Y cuyos resultados están en el alero".

Con todo, el papel activo de los bancos centrales no ha impedido una sobrerreacción: en los mercados financieros se ha pasado de una situación generalizada de infravaloración del riesgo a otra caracterizada por la extrema cautela. Las condiciones financieras se han endurecido notablemente. Y eso complica la recuperación.

"Seríamos muy afortunados si la economía tocara fondo en 2009", afirma el profesor de Harvard Martin Feldstein. Al pinchazo inmobiliario se le suman la restricción sobre el crédito, el castigo de las Bolsas y el repunte del desempleo. El ciclo inmobiliario dura una media de unos seis años: la burbuja en EE UU pinchó en enero de 2006, por lo que la recuperación en el mercado norteamericano debería llegar en 2010, coinciden las fuentes consultadas. "Pero ésa no es una fecha uniforme para todo el mundo. En EE UU, la corrección del mercado inmobiliario ya es del 30%, pero en España esa cifra es muy inferior. A medida que vaya cayendo la vivienda, se verá más la debilidad del sector bancario español. Además, la exposición de la economía española a América Latina es elevada, y eso tampoco pinta bien", aventura Reinhart.

Los políticos, los banqueros y hasta los rockeros repiten últimamente el mantra más manido del último año: que toda crisis es también una oportunidad. No faltan aspectos positivos del terremoto financiero: el petróleo y las materias primas se han relajado tras unos meses al límite, y con ellos, la inflación; las economías en desarrollo han demostrado cierta resistencia, pese a que empiezan a flaquear; los bancos centrales han dejado de lado el discurso ultraortodoxo de la contención de precios y parecen más centrados en el crecimiento, y el papel de los Gobiernos supone un contrapeso al predominio neoliberal de los años ochenta y noventa y apunta a una vuelta a la regulación, e incluso a un mayor activismo de los organismos internacionales para ayudar a las economías en dificultades. "Pero en 2009 veremos las peores cifras de crecimiento en muchos años. Si 2008 ha sido el annus horríbilis de las finanzas, 2009 será el annus horríbilis de la economía", asegura Marco Annunziata, economista jefe de Unicrédito.

En fin, 2008 será recordado como un año desastroso en lo económico, pero sobre todo en lo financiero. Los últimos episodios dan idea del manojo de nervios en el que está atrapada una economía que no cesa de dar desagradables sorpresas, espasmos inesperados. El anuncio de que un estafador fue capaz de engañar a las élites de las finanzas durante más de 15 años. El recorte de tipos al 0%, que supone una cura y a la vez da cuenta de la gravedad del enfermo. La intuición de que en el fondo todo podía haber ido incluso peor.

Las crisis suelen estar asociadas con la irrupción de nuevos nombres: además del marasmo financiero, 2008 será recordado por la victoria de Barack Obama en EE UU. En el sector financiero internacional también se han producido numerosos relevos. De la cúpula de los gigantes financieros internacionales han desaparecido de un plumazo los ejecutivos de los últimos años, algunos de los temerarios jugadores de ruleta que llevaron a los bancos al desastre. Han llegado otros que se enfrentan a un desafío descomunal, plagado de perspectivas sombrías. Y que no cobrarán tanto, eso seguro, al menos hasta que demuestren que saben cómo salir de ésta.

La revolución es un simple cambio de personal: eso dejó escrito Josep Pla hace ochenta años. De momento, habrá que esperar que de esa revolución en el elenco bancario no emerja algo parecido a la figura de Norman Bates, el asesino de Psicosis.

http://www.elpais.com/articulo/semana/ano/pesimo/vamos/peor/elppgl/20081228elpneglse_2/Tes