Aristóteles en el Monte Saint-Michel

El Islam y la herencia griega: el fin de un mito

La versión oficial dice que el Islam salvó la cultura grecolatina, olvidada por el oscurantismo de la Europa medieval. Esa versión acaba de saltar en pedazos con una obra recién publicada en Francia: Aristóteles en el Monte Saint-Michel, del medievalista Sylvain Gouguenheim. Para el autor, esta imagen del “Occidente bárbaro” frente al Islam ilustrado es una idea sesgada que deriva más de los prejuicios ideológicos que del análisis científico. Como no podía ser menos, el establishment intelectual se ha rasgado las vestiduras y ha tocado a degüello.

RODRIGO AGULLÓ

Europa debe al Islam la recepción del patrimonio cultural y filosófico griego. La sabiduría griega, olvidada durante los siglos oscuros de la alta Edad Media, fue transmitida a Europa por los pensadores musulmanes. Filósofos como Avicena y Averroes, y los traductores abbasidas o de la Escuela de Toledo, habrían hecho posible la eclosión filosófica en Occidente. Los comentadores árabes de los filósofos griegos conciliaron la racionalidad y la Religión. De este modo, si Europa es a la vez griega y cristiana, lo es gracias al trabajo filosófico musulmán. La unión de la razón y de la fe tuvo lugar en… Bagdad. La luz viene de Oriente…

Ésta es la vulgata que ha prevalecido en la versión oficial de la historia cultural europea durante las últimas décadas. Un relato que presenta a una Europa sumida en la oscuridad y en la barbarie, a la zaga de un Islam ilustrado al que debería su despegue cultural. La moraleja final es que Europa debe reconocerse en sus raíces arabo-musulmanas, y aceptar su esencia multicultural.

Una versión oficial que salta en pedazos en una obra recién publicada en Francia: Aristóteles en el Monte Saint-Michel. Su autor, el medievalista Sylvain Gouguenheim, es profesor de Historia y especialista en las cruzadas y en las órdenes militares medievales. Para el autor, esta imagen del “Occidente bárbaro” frente al Islam ilustrado es una idea sesgada que deriva más de los prejuicios ideológicos que del análisis científico. Y la tesis según la cual Aristóteles y otros autores griegos se habrían perdido definitivamente para Europa de no ser por el Islam es falsa.

Un análisis sin concesiones

Gouguenheim señala que esta historia se sustenta en la omisión de una parte fundamental de la realidad cultural europea en la alta Edad Media. Se olvida la supervivencia de la cultura clásica en el Imperio bizantino, así como la importancia de los intercambios culturales y la circulación de estudiosos y de manuscritos entre Bizancio y Occidente. Se omite la permanente atracción por la Grecia antigua en los focos culturales de los primeros siglos de la Edad Media. Se pasa por alto el componente cultural griego en la religión cristiana, y la labor de los traductores del griego al latín. Se desestima el papel de los cristianos de oriente, y el de los sabios nestorianos que, en un esfuerzo secular de traducción del griego al siríaco y del siríaco al árabe, conservaron el saber griego y lo transmitieron a sus conquistadores musulmanes.

También se subestima la existencia de activos centros de mantenimiento de la cultura griega en Europa, como Sicilia, Roma o Salerno. Y sobre todo, se ignora la obra inmensa de traducción de Aristóteles llevada a cabo a comienzos del siglo XII, en pleno corazón de Europa, por Jacobo de Venecia y los monjes del Monte Saint-Michel. Un episodio que constituye el “eslabón perdido” en la historia del paso de la filosofía aristotélica desde el mundo griego al mundo latino.

La obra de Gouguenheim pone de relieve cómo la helenización del mundo islámico —obra sobre todo de árabes cristianos— fue mucho más limitada de lo que normalmente se piensa. Y por otra parte, subraya el carácter ajeno al mundo griego de gran parte de la filosofía islámica de Avicena o Averroes.

Quede claro que este historiador francés no pretende sustraer méritos ni a la labor de los intelectuales musulmanes ni a la importancia de la cultura islámica. Lo que trata es de situar las cosas en su justo término. Para Gouguenheim “la historia del desarrollo cultural de la Europa medieval, y en particular la reapropiación del saber griego, densa y compleja, no obedece al esquema demasiado simple y lineal que se impone hoy en día”. El objetivo del historiador francés es apuntar al reequilibrio científico de una visión unilateral y sesgada.”

Extraños compañeros de cama

Como no podía ser menos, el libro ha provocado un considerable escándalo. El establishment intelectual se ha rasgado las vestiduras, y ha tocado a degüello. Con el talante democrático y el amor por la libertad de expresión que les caracteriza, los doctores del multiculturalismo han respondido. No con la refutación, sino con el insulto. Y con la llamada al “policía del pensamiento” de turno. En un manifiesto de “56 investigadores internacionales” aparecido en Liberation (un manifiesto siempre es preceptivo en estos casos) los “abajofirmantes” denuncian el intento de “revisión” de la historia y el “racismo cultural” del autor. En el mejor estilo neo-estaliniano, las peticiones e invectivas aluden a las supuestas “reservas mentales” del autor, y alertan sobre sus presuntas “amistades”. Un grupo de profesores y alumnos de la Escuela Normal Superior (centro de trabajo de Gouguenheim) ya han exigido una encuesta interna. El editor está teniendo problemas. Y ya desmelenado, el padre de la criatura del “Islam de las Luces”, el filósofo Alain de Libera, lanza una fatwa contra “los amantes de las cruzadas que llaman al público a la gran movilización contra los “sin papeles””. En resumen, el recital argumentativo habitual de los héroes de la tolerancia multicultural: ¡racista, ¡fascista!, ¡fascista!, ¡maldito!, ¡maldito!

En vano el autor ha rechazado toda vinculación con la extrema derecha, y en vano ha recordado que pertenece a una familia de antiguos resistentes, a cuyos valores permanece fiel. Pero lo más irónico del caso es lo siguiente.

El libro de Gouguenheim incluye un anexo con una carga de profundidad contra la orientalista alemana Sigrid Hunke. En un libro de notable repercusión publicado en 1960, El Sol de Alá brilla sobre Occidente, Hunke venía a decir que nada en el medioevo cristiano tenía valor si no tenía un origen árabe o musulmán. Apoyándose en multitud de ejemplos, la autora presentaba un Islam civilizador, pionero y de genio excepcional, al cual Occidente debería prácticamente todo: filosofía, matemáticas, ciencia experimental, tolerancia religiosa etc.

Gouguenheim desvela el trasfondo ideológico de la autora: miembro del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) desde 1937, Sigrid Hunke realizó su tesis doctoral en la Universidad Humboldt de Berlín, bajo la dirección del teórico racialista Ludwig Ferdinand Clauss. A partir de 1940 colaboró en las actividades de la Germanistichen Wissenschafteinsatz de las SS, y obtuvo una beca del instituto Ahnenerbe (Herencia Ancestral) patrocinado por las SS. Con el apoyo personal del Reichsführer Himmler, entró en contacto con el Gran Mufti de Jerusalem, Al-Husseini, colaborador del III Reich en Oriente Medio.

El pensamiento de Hunke se inscribía en un retorno a los valores ancestrales de la Alemania pagana apoyado desde importantes sectores de la Alemania nazi, y estaba orientado por una marcada hostilidad al cristianismo, al que juzgaba ajeno al alma alemana y oriental. En contraste con ello —señala Gouguenheim— Hunke veía en el Islam la antítesis absoluta del judeocristianismo: una civilización que aúna la energía marcial con el refinamiento cultural. En virtud de sus tesis, esta autora no ha dejado de ser periódicamente revisitada por extremistas de izquierda y de derecha.

Vemos por tanto que, puestos a buscar “amistades peligrosas”, al filo-arabismo de nuestros días también podrían salirle extraños compañeros de viaje.

En cualquier caso, como señala Sylvain Gouguenheim en su libro, no es el sol de Alá, sino el sol de Apolo el que brilla sobre Occidente.

http://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=2368


Islam-Occident, L’histoire interdite ?

Débat. Le livre de Sylvain Gouguenheim déclenche la polémique.
Frédéric Valloire, le 06-06-2008

En contestant l’opinion communément admise sur l’apport culturel de l’islam à l’Europe, ce chercheur s’est attiré des oppositions d’une virulence extrême.

Un pavé dans la mare du conformisme, notait Valeurs actuelles, le 25 avril dernier, en présentant dans la page Focus Histoire l’ouvrage de Sylvain Gouguenheim, Aristote au mont Saint-Michel, les racines grecques de l’Europe chrétienne, paru au début du mois de mars aux éditions du Seuil. Quelques jours plus tard, naissait “l’affaire Gouguenheim”.

L’auteur, professeur d’histoire médiévale à l’École normale supérieure de Lyon, ne peut répondre : son avocat lui a demandé d’être silencieux. Sa dernière intervention est un entretien dans le Monde du 25 avril, où il se dit « bouleversé par la virulence et la nature des attaques ». Et il récuse les intentions qu’on lui prête.

Que dit-il ? Parmi les routes de transmission qui ont permis à l’Occident médiéval, du VIe au XIIe siècle, de connaître les textes grecs antiques, en particulier ceux d’Aristote, et de les traduire, la filière arabe n’est pas la seule. Il existe une filière byzantine, relayée par la Sicile et l’Italie du Sud, où le grec était encore utilisé par les marchands, les ambassadeurs et les clercs. Peuvent s’y ajouter quelques monastères isolés dans un monde où la langue savante est le latin, tels celui de Saint-Gall en Suisse actuelle et surtout celui du Mont-Cassin. Mais connaître le grec en Occident demeurait un exploit : le plus surprenant étant Jean Scot Érigène, un théologien irlandais du IXe siècle, qui connaissait Platon et traduisit en latin des Pères grecs de l’Église.

En outre, Gouguenheim relève que les grands philosophes arabes Al-Fârâbi, Avicenne, Averroès ne lisaient pas les textes originaux en grec mais dans des traductions. Elles étaient effectuées pour la plupart par des chrétiens d’Orient qui connaissaient le grec, l’arabe, tel Hunayn ibn Ishaq. Existaient même à Bagdad des cercles de traducteurs, La Maison de la sagesse, où ils se retrouvaient et qu’un universitaire de Yale, Dimitri Gutas, a examiné dans un ouvrage (Pensée grecque, Culture arabe, Aubier, 2005), que ne mentionne pas Gouguenheim. Tout cela n’est certes pas nouveau.

L’idée forte de Gouguenheim est de considérer que, dans cette transmission des idées grecques, les filières européenne et byzantine ont été plus importantes que la filière arabe, même par l’intermédiaire de l’Andalousie. En particulier grâce à un personnage mal connu, sans être inconnu, Jacques de Venise (mort après 1148). Selon Gouguenheim, ce premier traducteur d’Aristote au XIIe siècle « mériterait de figurer en lettres capitales dans les manuels d’histoire culturelle » et aurait travaillé au Mont-Saint-Michel. Ce qui est certain, c’est que ses traductions connaissent un succès stupéfiant et qu’elles se différencient de celles venues du monde islamique, qui filtraient la pensée d’Aristote, n’en retenant que ce qui était compatible avec les dogmes religieux et en laissant les aspects politiques.

À première vue, une querelle de spécialistes. Qui a tourné à la guerre de positions. Et qui assure le succès du livre : il dépasse les 7 000 exemplaires vendus, en moins de deux mois. Un chiffre élevé pour un ouvrage paru dans la collection, prestigieuse et exigeante, qu’est L’Univers historique.

La réception du livre commence par un long article, fort élogieux, du journal le Monde du 4 avril, « Et si l’Europe ne devait pas ses savoirs à l’Islam ? ». Signé par Roger-Pol Droit, il salue un livre « précis, argumenté, fort courageux, qui remet l’histoire à l’heure ». Même accueil chaleureux ou curieux dans le mensuel le Monde de la Bible, Ouest-France, le Figaro littéraire, la Libre Belgique.

Le 25 avril, sur une page entière, le Monde fait marche arrière devant « l’émotion d’une partie de la communauté universitaire ». En fait, quarante historiens et philosophes emmenés par Hélène Bellosta et Alain Boureau. Partis à l’assaut de ce qui, pour eux, n’est que vieilles lunes et vieux savoirs, ils reçoivent le renfort de deux médiévistes, l’un de Paris-VIII, l’autre de Montpellier, qui portent une charge violente contre cet ouvrage « prétendument sérieux », mais dicté « par la peur et l’esprit de repli ». Et les pétitions hostiles à Gouguenheim circulent.

Le lundi 28 avril, un appel lancé par deux cents « enseignants, chercheurs, personnels, auditeurs, élèves et anciens élèves » de l’ENS de Lyon, des lettres et des sciences humaines, où enseigne Sylvain Gouguenheim, demande une enquête informatique approfondie pour savoir s’il a donné en bonnes feuilles des pages de son ouvrage à Occidentalis, un site d’“islamovigilance”. Les pétitionnaires, qui se drapent vertueusement dans l’indépendance de la recherche surtout lorsqu’elle est « inattendue et iconoclaste », ont des réflexes de délateurs. Sans en discuter les thèses, simplement parce que « l’ouvrage de Sylvain Gouguenheim sert actuellement d’argumentaire à des groupes xénophobes et islamophobes qui s’expriment ouvertement sur Internet », ils mettent l’essai à l’index. Ont-ils été entendus ? La direction de l’école fait savoir qu’elle va créer un comité d’experts afin d’étudier les pièces du dossier. Pire : elle se propose d’auditionner l’historien avant de transmettre un avis au conseil d’administration de l’école, « qui évaluera les suites à donner ». Procédé scandaleux autant qu’injuste : Gouguenheim n’a commis aucune faute.

Le 30 avril, Libération, qui, la veille, avait fait paraître une recension plutôt neutre de l’ouvrage, donne la parole à cinquante-six chercheurs en histoire et en philosophie du Moyen Âge qui ont lu (tous ? on peut en douter) Aristote au mont Saint-Michel. Après avoir relevé les coquilles et les maladresses, ils attaquent le fond de l’ouvrage. Que lui reprochent-ils ? d’avoir un présupposé identitaire (l’Europe s’identifiant à la chrétienté) et de déclarer que même en l’absence de tout lien avec le monde islamique, l’Europe chrétienne médiévale se serait approprié l’héritage grec et aurait suivi un cheminement identique. Bref, de réduire dans les domaines de la raison et du politique l’influence islamique et « de déboucher sur des thèses qui relèvent de la pure idéologie », de faire du « racisme culturel » et d’avoir une démarche qui « relève d’un projet idéologique aux connotations politiques inacceptables ». Cela est dit avec des mots qui tuent, tant ils sont connectés au négationnisme : « révision », « relecture fallacieuse ».

Le 5 mai, Télérama, dans le style que ce journal affectionne, mi-rigolard, mi-moralisant, prend le relais : résumé réducteur du livre, sélection de phrases sorties de leur contexte, suppression des nuances et des restrictions qu’apportait l’auteur. Un ton néostalinien pour dénoncer les « thèses islamophobes de Sylvain Gouguenheim » et la pente dangereuse prise par les éditions du Seuil qui l’ont cautionné en le publiant ! Monte au créneau le philosophe Alain de Libera, l’un des premiers à réagir. Il est vrai qu’il était épinglé, poliment, sans acrimonie, par Gouguenheim. Et Libera de se déchaîner : « L’hypothèse du Mont-Saint-Michel, comme chaînon manquant dans l’histoire du passage de la philosophie aristotélicienne du monde grec au monde latin, a autant d’importance que la réévaluation du rôle de l’authentique Mère Poularde dans l’histoire de l’omelette. » Et de conclure : « Cette Europe-là n’est pas la mienne. Je la laisse au “ministère de l’Immigration et de l’Identité nationale” et aux caves du Vatican. » La discussion de fond ? À peine amorcée, très vite elle dérape, glisse, fuit, s’attarde sur des détails.

Sur la Toile, de blog à blog, par milliers, les réponses fusent, dépassent toute correction d’autant que l’anonymat y est le plus souvent la règle. On parle de « Gouguenheim au Mont-Saint-Adolf » ; on lui imagine des sympathies à l’extrême droite, même s’il rappelle qu’il appartient à une famille de résistants et si l’une des annexes (d’ailleurs anachronique) de son livre souligne les liens entre l’islam et le nazisme, à travers une intellectuelle allemande, Sigrid Hunke ; on le condamne pour avoir cité un ouvrage de René Marchand, journaliste et essayiste arabisant, de sensibilité gaulliste. Sur Internet, on s’affiche gouguenheimien ou antigouguenheimien.

Rappel à l’ordre et au bon sens : dans l’Express du 15 mai dernier, « outré par ces attaques », déplorant « la véhémence des critiques », le médiéviste Jacques Le Goff sort de sa réserve. Il juge le livre « intéressant mais discutable » et remarque que « peu des principaux médiévistes » ont rejoint le collectif des cinquante-six. Pour soutenir l’auteur, il consacrera l’un de ses prochains Lundis de l’histoire sur France Culture à l’étude de Gouguenheim, les Chevaliers Teutoniques chez Tallandier (lire Valeurs actuelles n° 3720). Une intervention salutaire.

Que les polémiques se soient développées, rien d’étonnant. Il y a les ambitions personnelles, le sentiment de propriété sur tel ou tel domaine qu’ont les universitaires et qui les entraîne souvent à considérer celui qui empiète sur leur domaine comme un ennemi. Il y a les positions politiques ou idéologiques plus ou moins conscientes, qui sont liées autant à des sentiments personnels qu’à de vagues notions de solidarité de chercheurs. Et il y a le confort intellectuel, qui pousse à épouser les idées dominantes, ce que Max Gallo regrettait le dimanche 27 avril, à propos de ce livre, sur France Culture : « Dès lors que l’on n’est pas tout à fait d’accord avec la doxa [en l’occurrence la connaissance des philosophes grecs par l’intermédiaire de l’islam], avec ce qui règne, même quand on est un médiéviste indiscutable, il devient dangereux de faire de l’histoire. »

Ce qui surprend le plus, c’est la rapidité et la violence des réactions. Car il n’y eut aucune protestation lorsque l’islamologue Bernard Lewis expliquait en 1988 (le Langage politique de l’islam, Gallimard) que les mots “citoyen”, “liberté” n’existaient pas dans l’islam classique. Aucune réaction lorsque, en 2002, Jacques Heers donnait au premier numéro de la Nouvelle Revue d’histoire, un article intitulé « La fable de la transmission arabe du savoir antique », qui s’achevait ainsi : « Rendre les Occidentaux tributaires des leçons servies par les Arabes est trop de parti pris et d’ignorance : rien d’autre qu’une fable, reflet d’un curieux penchant à se dénigrer soi-même. » Rien non plus, en 2006, à la sortie d’un petit essai Au moyen du Moyen Âge (repris, augmenté, il sera réédité en septembre chez Flammarion) de Rémi Brague, professeur de philosophie à l’université de Paris-I. Or, ce spécialiste d’Aristote, de saint Bernard et de Maïmonide consacre plusieurs pages aux problèmes de traduction des textes grecs venus du monde arabe et rejoint, à bien des égards, l’étude de Gouguenheim.

Serions-nous entrés dans un monde de plus en plus intolérant ? Qui ne cesse de légiférer en histoire ? Qui confond histoire et mémoire ? Ce que craint Pierre Nora, l’un des fondateurs de l’association Liberté pour l’histoire, qui appelle à l’abrogation de toutes les lois mémorielles, y compris de la loi Gayssot. « L’histoire rassemble, dit cet historien, la mémoire divise. »

Aristote au mont Saint-Michel, de Sylvain Gouguenheim, Seuil, 278 pages, 21 euros.

http://www.valeursactuelles.com/public/valeurs-actuelles/html/fr/articles.php?article_id=2672